martes, 30 de noviembre de 2010

Hay mentiras

HAY MENTIRAS


Hay mentiras blancas, hay mentiras negras. Hay gente que miente por el bien de los demás, mentiras llamadas piadosas. Hay mentiras perdonables y hay otras imperdonables. Mentiras grandes y pequeñas. Y aunque muchas de ellas suenen convincentes y casi verdaderas, para mí sigue siendo una mentira en sus siete letras.

Si bien una de las tantas cualidades congénitas del limeño criollo o acriollado es ser pendejo, eso implica también ser mentiroso. Observemos al muchacho que pide dinero a su viejo para pagar la pensión de la universidad, exigiéndole más dinero de lo que tiene que contribuir. Sana mentira para gozar un buen fin de semana si es que tu viejo es gerente, doctor, o bancario. O cruel si es que tu viejo se saca la mierda trabajando para al menos poder darte una sana educación. ¿Jamás te has topado con un muy habilidoso y bien entrenado cobrador de transporte público? ¿Acaso nunca te han cobrado una tarifa más elevada de lo usual? (chequea cuánto le cobran a los gringos en Miraflores), o que te dice que no te lleva a tu destino porque en verdad no quiere tener un pasajero cuando puede llevar a dos en un solo viaje. Mentira lucrativa. Pendejo de mierda, encima insolente, atrevido y avezado. Así son muchos cobradores.

Y la lista no termina, no me digas que nunca has tenido que pagar un producto a un precio fuera de lo común, y no es que te engañen porque tú sabes cuál es el verdadero precio pero así es el marketing que se maneja la casera, a lo que llamo Mentira verdadera.



No te sorprendas de lo que te diré, pero todo el mundo lo sabe. Madres que mienten a sus hijos. Hijos que mienten a sus madres. El enamorado que dice que está estudiando el fin de semana cuando en realidad está cheleando con sus amigos. La enamorada que te dice que llega en quince minutos, y luego tras una hora de espera casi iracunda y molestosa, se aparece. Pues bien, hay mentiras de grueso calibre. La infidelidad es la hija de la mentira. Ahorita mismo puedes ser parte de una mentira como creer en lo que dicen los políticos, que la economía en el Perú está creciendo en cifras que nos indican que estamos pronto a formar parte del primer mundo. Sin embargo, con tanta pobreza y poca educación que vez ¿Cómo vamos a pertenecer al primer mundo? ¡Por Dios que ni Yepeto se la cree!


La gente convive con la mentira y sonará descabellado, pero la mentira es tan importante como la verdad. Nadie se escapa de ella. Que tire la primera piedra aquel que nunca ha mentido, y aquel que nunca ha disfrutado mentir. No es falso. Nosotros mentimos porque nos conviene hacerlo. Porque amamos la verdad a tal punto que podríamos mentir para conseguir todos nuestros fines.


JAVIER REZABAL

miércoles, 8 de septiembre de 2010

preocupación

PREOCUPACIÓN

No entiendo por qué estoy durmiendo poco y no tengo sueño. Vivo ansioso, preocupado, algo paranoico y pensando en qué hacer durante el día, la semana, el año, toda mi vida.

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Los chicos de la radio de la universidad donde estudio me dieron una oportunidad, un espacio de quince minutos para hablar acerca de las próximas elecciones municipales. Me gusta la política porque me preocupa saber quiénes y cómo gobernarán el país o mi ciudad. Veo mi cuarto desordenado, sucio y maloliente. Me preocupa la situación crítica de mi habitación. Obviamente hay un mal gobernante en mi cuarto y lo asemejo con el país en donde vivo. Se necesita hacer cambios.

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Entonces tengo todo preparado para ir a la universidad. Mi nueva herramienta de trabajo y ocio: mi netbook, y en ella, toda información que pude hallar sobre los candidatos políticos. Llevo también un par de diarios y mi radio en mano. Quiero que me escuche cualquier persona interesada o no en política. Mi fin es que les guste sea como sea. Estoy muy preocupado, no sé si les gustará, si de repente sale pésimo y mis compañeros me dicen que empecé mal y que ahí nomás con esa ilusoria y estúpida idea mía que les propuse.

Estoy yendo a la universidad en micro. Pienso en cómo haré el preámbulo del programa en la radio. Imagino la cara de los candidatos para acordarme de sus nombres, pero es muy sencillo. Hay carteles propagandistas en todas las calles de Lima de todo color, tamaño, estilo y en general. Veo también sus rostros y me pongo a pensar quién me gusta más para votar. Vislumbro entonces sonrisas exageradas y fingidas –no pienso votar por esa simplicidad –me digo. Me fijo en los colores bien combinados que cada partido político ha elegido: verde, azul y rojo, amarillo y azul, me gustan pero tampoco significa mucho para mí. Mejor observo e interpreto los slogans y frases muy comunes que tratan de convencer a la gente, algunos de estos mensajes parecen sinceros, pero otros son muy difíciles de creer. Creo que mirando todas estas artimañas propagandistas no haré una buena elección edil.

Siento mucha duda y desconfianza porque lo único que se habla en los medios son los golpes bajos y los dimes y diretes que diversos candidatos se disparan unos a otros como francotiradores. No puedo imaginarme cómo deberán estar los demás de confundidos si lo que ven es un espectáculo, una invención, un circo en donde los espectadores sólo se ríen sin sentido ni razón. Así no me dan ánimos de conducir el bloque en la radio. No lo sé, quizás no les interesen.

¡Eureka! La forma en cómo les puede interesar está en hablar de ellos, de lo engañoso que son ellos y sus propagandas. Y que mejor deberíamos analizar e interpretar sus actitudes hediondas que solamente nos confunden. Burlarnos de ello y de lo poco que son. Reírme hasta que se me salga el ombligo. Creo que estoy loco, la ansiedad me vuelve lunático. Ya llegaré a la radio a terminar con esto de una vez por todas.

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Saludo a los chicos y ellos me sonríen, pero en seguida siguen cada uno en sus respectivos asuntos.

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-En quince minutos sale tu bloque. Aquí está la pauta –Me dice Jessica.

-Muy bien.

-¿Has coordinado con Gianfranco? –me pregunta.

-Sí.

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Termina entonces el primer bloque y preparo todo. Me invitan a pasar a la sala de locución, una habitación no tan grande pero lo suficiente como para que entren y se sienten tres o cuatro personas apretadas. Saludo a Gianfranco quién ya se encontraba allí.

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-¿Listo para el bloque de elecciones? –Me saluda Gianfranco con un ligero apretón de manos.

-No sé qué mierda diré. –le respondo.

-¿No has investigado nada? –me vuelve a preguntar.

-Hasta las propagandas de las calles.

-¿Y cuál es el problema?

-No sé cómo explicarles por quién podrían votar si no tengo idea por quién yo votaré.

-No te preocupes. Hazlo tranquilo nomás. –Me lanza un pequeño golpecito de ánimos en la espalda.

-No es sencillo. Ando algo preocupado.

-¿Qué te parece una cervecita al final de programa? Si no te preocupa.

-Eso no me preocupa.

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Empieza el bloque y hago un preámbulo.

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-Buenas tardes amigos oyentes. Hoy es lunes veintidós de agosto. Son las doce y quince en todo el Perú. Este es el bloque de las elecciones municipales 2010.

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Gianfranco y yo leemos las notas informativas y damos un breve comentario de ellos. Leo también las encuestas. Y luego el bloque termina. Salimos de la sala.

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-¿Estuvo bien, no? –me pregunta Gianfranco.

-A nada. Siento que hemos hablado por cinco minutos.

-Así es el tiempo de cruel en la radio.

-Que se joda el tiempo. Yo tengo el tiempo para rato.

-Jajaja –Se ríe –Qué fea nota que hayan tachado a ese candidato ¿No?

-Debió estar seguro de que su candidatura ande en reglas.

-Cuanto billete habrá gastado en su partido.

-Seguro como para reducir la pobreza del país.

-Jajaja, esa es la del periodista que le dijeron que tiene plata como mierda y no lo usa para ayudar a los demás.

-Sólo un cabrejo dice esas cosas. Y cabrejo descarado porque ese mismo bicho gordo también en un tiempo tenía dinero y ¿Por qué no ofreció ayudar a los pobres, huérfanos o qué sé yo?

-Sí, mucha vaina. Cada quien tiene todo el derecho de hacer lo que quiera con su billete. ¿Tú qué harías si estuvieras bien forrado? –me mira con ambición.

-Me compraría una casa en la sierra y comería manzanas con leche fresca. –Le digo.

-Jajaja, qué gracioso.

-En serio. Vivir aquí se ha vuelto estresante. Un tráfico caótico todos los días, delincuencia por doquier. La gente ya no sabe vivir en tranquilidad todo es un bullicio salvaje donde los más criollos son los más pendejos.

-Bueno, muérete de pendejo, pero no de sonso.

-Jajaja, sí pues. Hoy en día el más pendejo es el más fuerte. ¿Y tú qué harías si fueses un pendejo adinerado? –le pregunto a Gianfranco y frunce el ceño.

-Me largo del país y me caso con una gringuita.

-¿Qué no te gustan las cholitas?

-Vale la pena soñar pes.

-Sueñas huevadas y media.

-Jajaja, lo de afuera paga pes causita.

-De repente, oye ya me voy.

-¿No te quedas para la reunión?

-No

-¿Y las chelas?

-No tengo tiempo.

-Jajaja, este huevón –murmura en silencio.

-Nos vemos

-Hasta luego.

°

Ya es tarde y el estomago me empieza a doler. Tengo hambre. Quiero buscar un sitio donde almorzar. Me voy a un restaurant modesto en el centro comercial que está en la residencial San Felipe. Pido un filete de pollo. Luego miro al televisor las noticas. Dos tías cuarentonas se critican unas a otras. Un gordo cabeza de huevo sale con una mancha de seguidores a hacer escándalo enfrentándose a las fuerzas del orden. Un viejito promoción del profeta Moisés y con pinta de salvador explica sus locas propuestas. Así está la coyuntura electoral. Quien gane los comicios simplemente será un payaso más del circo político del país.

domingo, 8 de agosto de 2010

mi vecina Irene

MI VECINA IRENE

Son las siete de la mañana. ¡Es tarde! La madrugada fue muy efímera como para saciar mis sueños. No tengo otra cosa más que hacer. Hoy no desayuno, ni me baño. Tengo que llegar a dar mis clases de inglés. Me siento agitado, muy agitado, y a medida que veo el reloj, siento que sus manecillas giran muy rápido. Me lavo la cara con muy poca agua. Me siento como un gato aseándome. Me despido de mi mami y abro la puerta del departamento.

Entonces bajo las escaleras y percibo de que alguien me estuvo asechando. Abro la puerta del edificio para dirigirme al paradero y mi vecina, una joven de estatura baja, mirada triste, mejillas redondas y ojos achinados, me saluda.

-¡Hola! – noto que su afable saludo es fingido, pero le devuelvo su hola y me retiro pues estoy apurado.

Para mi muy mala suerte. Llego al paradero y me topo con un mar de personas: trabajadores, académicos, entre otros, esperando precisamente el mismo carro que suelo tomar. La inquietud y la impaciencia me corrompen. Veo de lejos con mi vista de águila que dos carros vienen. Opto por tomar el que está detrás para que la gente se entretenga con el primero (neurótica estrategia que empleo para tomar el bus) y corro. ¡Maldita sea! No hay asientos. No importa. Estoy apurado, no tengo tiempo para darme un espacio a la lectura. Enciendo mi minúsculo mp3 (reproductor de música). De repente alguien me toca el hombro derecho y brinco del susto. Es mi vecina Irene. ¿Me ha perseguido?

-Hola, Discúlpame. Fui muy cortante en la puerta del edificio. –Sonrojé mis mejillas.

-No te preocupes. Me di cuenta que estabas muy apurado, pero vaya. Tomamos el mismo carro.

-Sí. ¿A dónde vas? –le pregunto.

-A la universidad

-¿Qué estudias?

-Derecho

-Vaya, es una carrera muy interesante –Le hecho un repaso a mi memoria e indago por qué es interesante (Mi amorcito estudia Derecho).

Irene es mi vecina. Vive con sus papas y su hermanito en el cuarto piso del edificio donde yo vivo. La conozco de vista y pocas veces que nos veíamos tan sólo nos saludábamos. Pero ahora nos hemos topado en el mismo carro y aprovechamos el momento para conocernos mejor. Me cuenta que está en el último ciclo de su carrera y que trabaja en una municipalidad cerca a nuestro distrito. Entre preguntas y preguntas, le hago una que es un poco íntima sobre su enamorado. Un chico con el cual yo solía verla siempre salir del edificio. Entonces su tono de vos se vuelve tenue. Y su mirada se apaga.

-Ya no estoy con él. Terminamos hace unos meses. Cinco para ser exactos. –Me confiesa.

Trato de convencerla sutilmente que me explique por qué terminaron. Me mira lentamente como si fuese un gatito herido. Me cuenta que estuvo con el chico 5 años. Franco y ella se conocieron en el colegio, cuando estaban terminando la secundaria. En una tarde en la casa de unos amigos quienes gastaban su tiempo tocando rock. Ella solía ir para tocar la guitarra y cantar canciones ochenteras y él, amigo de sus amigos, tocaba la guitarra también. Se flecharon y se enamoraron profundamente. Tuvieron una adolescencia muy bohémica y alocada. Fue el primer hombre que le quitó su virginidad y también la primera persona que le ofreció un troncho de marihuana. Pese a esas circunstancias. Irene seguía inexplicablemente enamorada del chico, pero luego de terminar el cole, ella postuló a la universidad para estudiar Derecho, y él, por lo contrario, estuvo sin hacer nada. Los años pasaron e Irene se sentía muy preocupada por el poco interés de Franco que tenía para estudiar y ser alguien en la vida. Idea que Irene lo tenía muy claro. Ella anhelaba ser alguien, tener una carrera digna, casarse y concebir muchos hijos. Franco no, por más que ella le decía que estudie algo o trabaje en algo. Franco prefería tocar con sus amigos los sábados por la noche, tomarse unos tragos y fumarse unos cuantos tronchos de marihuana.

Este año fue decisivo para Irene. Tajantemente y con toda su pena decidió terminar con Franco. Decisión que para él fue desleal y traicionera. Tuvieron una acalorada discusión en medio de la calle. Franco no quería terminar y le pidió otra oportunidad. Pero esta vez las ganas de Irene se habían agotado. Además, ella estaba abriendo una nueva relación amorosa con un compañero de la universidad.

-¿De todas maneras aún piensas en él? – le pregunté.

-No con la finalidad de regresar, sino que me preocupo por él y qué será de su futuro. –me respondió.

-Y tu nuevo enamorado, quien es tu compañero de la universidad, ¿Sabe que Franco insiste en volver contigo?

-No quise que lo sepa por respeto y porque no quería que perturbara nuestra relación, pero Franco es terco y una vez me vio con Alfredo (así se llama), casi pelean pero le dije a Franco que otro día hablaríamos. Sin embargo Alfredo se siente celoso, y en parte tiene razón. No debería involucrar a mi ex en mi nueva vida, es parte de mi pasado y ahí tiene que estar.

-Bueno, tienes razón.

-¿Y tú? ¿Enamorado de alguien? –Cambiamos los papeles de entrevistador a entrevistado.

-Sí. Pero ella está viviendo en Venezuela, llevamos unos meses y prometió que volvería –le dije.

-¿Y confías mucho en ella?

-Bueno, debo confiar ¿no? Amar es confiar, supongo que ella también confía en mí.

Por un momento me sentí lleno de conjeturas acerca de la lealtad y fidelidad de mi amorcito. Está muy lejos de mí. No me ha llamado por más de una semana y no estábamos, aquel domingo en Barranco antes de que se vaya terminamos. Pero eso son funestos recuerdos que simplemente los borraré de mi memoria porque sé que mi amorcito está muy bien, y algún día nos volveremos a ver. Regresando al tema de mi mustia vecina Irene, traté de cambiar el tema y de conversar sobre el tiempo que vivíamos en el mismo edificio y de las pocas veces que hablábamos, bueno, solamente nos saludábamos.

Finalmente ya estaba cerca a su paradero y se despidió de mí. Prometimos volver a conversar en el bus o en la casa tomando té y comiendo unas galletas. A pesar de regalarme una simulada sonrisa, noté su profunda tristeza. Creo que se debe a Franco, debió quererlo mucho o mejor dicho, amarlo demasiado, pero la realidad es otra y ella para ser joven, comprende que no se puede vivir sólo del amor. Existe una visión hacia el futuro, planes, metas y objetivos que una persona con convicción de realizarlas, si realmente está enamorada, desearía alcanzarlos de mano con la persona que ama. Porque el amor va en par, el éxito, las derrotas, y el esfuerzo también.

Por fin veo mi paradero y miro el reloj. Llevo treinta minutos de retraso, tendré que poner más alarmas en mi cuarto o vivir más cerca de mi trabajo. Pero ¡joder! Conocer a mi vecina Irene me hizo sentir como si el tiempo no tuviera lugar ni espacio en este preciso momento.

lunes, 28 de junio de 2010

invierno

INVIERNO

Ya han pasado tres días desde que empezó el gélido invierno en la capital limeña. Se pudo sentir claramente esos dieciséis grados con el cien por ciento de humedad. He estado resfriado, tosiendo, y como resultado, malhumorado. No porque sea invierno, pues es la temporada más nostálgica y comprensiva para mí. Es el frío que te acompaña y la lluvia que guía el camino (a rumbo desconocido) hacia tu casa o trabajo. Yo lo siento así. No me siento tan solo. Pero algo que sí me pone de mal humor es que siempre me enfermo cada vez que llega el invierno. Mi sistema inmunológico se enerva al iniciar esta grisácea temporada y me resfrío inmediatamente. A veces afecta mi temperamento o humor, pero es algo efímero y rápido.

Amanecí hoy con una tos como de perro desgastado después de una pelea canina. El cuerpo lo sentía pésimo y las ganas de quedarme arrimadito a mi cama no me faltaban. Pero pensé: “Levántate y anda”, como dicen por ahí. Me cambié de prisa y fui al trabajo. Nada interesante, lo rutinario, monótono pero gracioso en las clases de inglés que dicto. Pasó el tiempo como una estrella fugaz y me marché a la universidad. De repente mi celular suena y di un brinco repentino (podría ser mi amorcito), para mala suerte mía y por buena suerte de ella, no lo fue. Era un número desconocido. –No pienso responder números desconocidos –Me dije. Sin embargo respondí.

-¿Bueno? –Pregunté

-Hola Jaime, ¿Cómo estás? Soy Javier, ¿Te acuerdas de mí? –Me respondieron. Al instante me di cuenta de quién era. Sólo una persona me diría Jaime. Pero me costó creer que después de más de un mes me llamara.

-Hola Javier. Claro que me acuerdo de ti. ¿Cómo has estado? Quedamos en charlar después de un tiempito, pero tiempo que no hablamos. –Le dije.

-Si compadre, he estado en unos asuntos. No sabes, te tengo que contar, ¿Tienes tiempo libre ahora? –Faltaba unas horas para entrar a la universidad, así que le dije que sí.

-Sí, estoy saliendo del trabajo.

-¿Dónde estás?

-Estoy en Salaverry con… estoy cerca al teatro Peruano-Japonés.

-No te preocupes, yo te alcanzo. Estoy en mi auto, te llamo en cuanto llegue. Veinte minutos, iré como tren bala.

-Está bien, te espero. –Colgué.

No sé porque, pero juro que apenas colgando el teléfono, se apareció Javier. Verdaderamente vino como una bala, o quizás volando. Nos saludamos con un fuerte abrazo. Aquella noche de copas en la cantina, tomando por ellas, inexplicablemente nos hizo congeniar una buena amistad. Subimos al auto y nos fuimos a tomar un café en Jesús María. Lo noté preocupado. Mientras estaba al volante rumbo a una cafetería, Javier encendió un cigarro y se puso a escuchar cumbia en la radio de su auto.

Le pregunté cómo estaba su situación con su esposa. Aquella mujer quien le estuvo sacando la vuelta con el padrino de su hija. Su mejor amigo, y que en una noche áspera, pero atinada. Los ampayó (en el término del chisme de Magaly Medina) en un hotel in fraganti teniendo relaciones sexuales.

Javier se soltó y confesó todos los sucesos que le había pasado durante los días que no estábamos en contacto. Empezó a narrar la continuación de su penosa historia, y no había cómo detenerlo.

Días después de aquella brusca noche, Javier se fue con su hija a la casa de su madre. No quería volver a aquel departamento que ahora le traía lamentables y perturbadores recuerdos. Una semana después ella, su mujer, apareció en uno de sus restaurantes, y le dijo que la perdonara. Javier no supo qué decirle. Se olvido de esa actitud histriónica con la que solía convencerlo, pero pensó en el bienestar de su hija y en sus sentimientos aún encontrados. La llama seguía viva, tenue, pero viva. Entonces le dio una nueva oportunidad y regresaron a casa como si nada hubiese pasado. Sin embargo, las cosas no eran las mismas. Él no se sentía muy bien que digamos (eso me dijo). Me explicó que nada era igual. La confianza no era la misma y añadiendo a eso, su esposa aún actuaba de una manera misteriosa, conspiradora y zalamera. El cariño que le daba a su hija no era el mismo. Ella seguía saliendo en descuidadas noches fuera de casa, dejando a la niña sola con la niñera. Cosa que a él le preocupaba mucho y además corrompía su cabeza. Nuevamente la misma serenata.

Llegamos a una panadería muy bonita y llena de luz. Estaba ubicada en la avenida Canevaro. Pedimos café y unos panecillos salados. Continuó contándome de todo lo que le estaba pasando en su casa con su esposa. Por momentos parecía que quería entrar en la desesperación y volver a llorar como un niño, como aquel día en la cantina. Me presté a darle mi opinión.

–Debes de tener en cuenta esto Javier. Donde no hay confianza, no hay amor. Y es mejor terminar habiendo querido, que terminar sin haber querido.

-Entiendo, la quiero bastante, bueno, sinceramente la amé Jaime, pero ahora no sé qué pasa. No es lo mismo, ¿Me entiendes hermano? –Balbuceó como queriendo llorar.

-Si te entiendo. Evidentemente tú la amabas, pero ese acontecimiento ha marcado y ha quebrado tu estabilidad emocional. Tus sentimientos por ella. Debes de ser más sincero contigo, piensa en ti. Piensa en tu bienestar Javier, si te hizo eso, ya lo hizo, pero piensa en que no puedes caer, en que algo bueno debes de encontrar de ese mal momento.

-Ahora no sé qué hacer, no me inspira en nada verla, estar a su lado. Mi hija es lo que me importa, que esté con su mamá. Pero ella ni siquiera le da la atención que mi gordita necesita. Siento que si me alejo, que si acabo con esta relación, terminaré también con mi hogar, con mi familia brother.

Javier se puso a llorar como un niño. Como un pirata tomando ron en altamar y abandonado. Me sentí conmovido. La vida te trata como ella quiere. Lo animé a que tomara el café.

-Déjame contarte una historia hermano. Te parecerá buena o mala, pero la idea es que analices y comprendas la moraleja, el mensaje, y lo pongas en práctica si deseas.

-¿Qué historia? –Se sorprendió.

-Había una vez, un maestro y un discípulo que se encontraban de viaje en un pueblo muy pobre y abandonado. Estuvieron toda la tarde caminado hasta que anocheció y no tenían un lugar donde pasar la noche. Sin embargo, un patriarca de una casa muy humilde y pobre les ofreció que se quedaran a dormir. Aquella noche mientras todos dormían, el maestro empezó a caminar por la casa y vio que la familia no tenía nada con que vivir, tan solo una vaca flaca y moribunda que daba un poco de leche en el establo. Entonces el maestro sacó una daga de su bolsillo y la degolló. Al amanecer, la familia se enteró de lo sucedido y se entristecieron por haber perdido al único sustento que tenían para vivir. El maestro y el discípulo se fueron de regreso a su templo. Al pasar el tiempo, el maestro le cuenta al discípulo de que él había matado a la vaca de la familia pobre. El discípulo entonces se entristeció y le dijo al maestro por qué había matado al único sustento de la pobre familia. Después de esa conversación, el maestro llevó al discípulo nuevamente al pueblo para ver a la familia. De repente al llegar al pueblo, el maestro y el discípulo se dieron cuenta de que la familia humilde ya no vivía en la misma casa, sino en una gran hacienda llena de establos y graneros. El discípulo quedó impresionado por lo que había pasado con aquella familia. Al entrar a la hacienda, se encontró con el patriarca y le preguntó. -¿Qué hiciste para tener tanto dinero?- El patriarca entonces le contó que aquel día en que mataron a su vaca, decidió vender su carne y así comprar semillas para sembrarla hasta obtener un fructífero granero. Entonces fue así como se hizo rico y próspero. -Javier se quedó pensativo en cuanto terminé la historia.

-Asu, ¡qué buena la historia! Pero ¿Qué tiene que ver eso con mi situación? Tengo suficiente dinero para mantener a mi hija y a mí.

-No es eso a lo que me refiero Javier. Piensa, ¿Cómo se volvieron ricos? – le pregunté.

-Matando a la vaca pues.

-Claro, la vaca flaca. La vaca que ellos creían que era el único medio para vivir, para existir en la vida, pero en cuanto lo mataron, se dieron cuenta de que podían hacer otra cosa.

-Espera men, creo que estoy comprendiendo.

-Todos tenemos una vaca flaca Javier, eso que no nos ayuda a progresar y que en vez de mejorar, empeoramos, o nos quedamos ahí y nos dice que sin ello no podremos vivir, y vivimos resignados a no hacer nada. Pero la solución está en matar tu vaca flaca. Terminar con eso que te estanca.

-Lo entiendo, te refieres a ella. A mi esposa.

-Así es Javier, tú dices que no puedes hacer nada. Que no la quieres como antes, que ya ni confías en ella y que esa traición junto con las cosas que aún ella sigue haciendo no te deja estar tranquilo, sino te da más preocupaciones. Acaba con eso. No te vas a morir por terminar con algo que simplemente no produce. Mejores cosas vendrán en tu vida.

-Tienes razón, no lo había visto de ese modo.

-Tampoco te digo que lo hagas porque yo quiera. Eso está en ti, si crees que ella es tu vaca flaca, tú tomaras la mejor decisión amigo.

-Gracias Jaime, me siento mejor. Sé lo que haré.

Me fijé la hora y ya faltaba poco para las clases de la universidad, el tiempo nuevamente había pasado volando. Me despedí de Javier, deseando que le vaya bien y quedamos en vernos en cuanto tomara su decisión y me cuente cómo le había ido. Me llevó en su auto hasta la esquina cerca a mi universidad. Exactamente donde está el Derrama Magisterial, y se fue.

Espero que Javier haya reflexionado con lo que le conté. El tiene una vaca flaca pero yo no tengo ni un perro que me ladre, y encima me muero de frío. Necesito otro café. Quiero llamar por teléfono. ¡Ya empezó la clase! ¿Cuánto costará una llamada a Venezuela? ¿Sentirá mi amorcito el mismo frío que estoy sintiendo? Así es el invierno.

lunes, 3 de mayo de 2010

Estragos



ESTRAGOS


Es un domingo frío y oscuro para ser las dos de la tarde. Mi amorcito me llama por el celular diciéndome que la busque porque necesita verme urgentemente. Quedamos en encontrarnos en Barranco. Me cambio rápido sin bañarme, ni siquiera me presto unos minutos para cepillarme los dientes (me como un halls). Paso por la sala y veo a mi papá, mi hermana y mi sobrinita sentados a la mesa. En aquella mesa están los platos blancos esperando el suculento almuerzo de un domingo familiar. Mi mami sale de la cocina con una bandeja de ensalada rusa.

-¿A dónde vas? –Me pregunta mi mami.
-Vuelvo mami.
-¿No vas a almorzar con nosotros?
-Lo siento mami. Guárdame algo porfis. –Continúo caminando hacia la puerta despidiéndome de todos.


Inmediatamente llego a Barranco, cerca del canal cuatro. La veo venir desde la otra vereda, viste unos jeans azules que le ajustan perfectamente sus hermosas y grandes piernas, y un polo blanco de seda suave. Se acerca y me da un beso de amigos, lo recibo dulcemente y luego nos vamos caminando por la barranquilla cerca al mar. Ella está extraña, rara, más misteriosa e intrigante que antes, trato de mirar sus expresiones faciales y la siento preocupada. Entonces de tanto insistir que me explique qué le pasaba, ella me dice que tiene que contarme algo importante, que sólo la escuche. Yo prosigo y acepto su solicitud. Empieza con un preámbulo donde menciona aquellos recuerdos bellos que hemos vivido no más de uno o dos meses, y también me dice halagos acerca de mi persona y el por qué me quiere tanto. Yo sólo la miro. Miro sus bellos ojos almendrados con miel, sus cejas delgadas, bien marcadas y voluminosas. Su cabello negro rizado y bien definido como si fuesen resortes que le llegan hasta sus sumisos senos. Me pierdo por un momento viéndola e imagino que estamos volando entre los árboles y la playa barranquina. Regreso al mundo real porque finalmente me dice lo que tenía que decir. –Me iré de viaje, bueno me iré a vivir a Venezuela- Decreta su veredicto. Contengo entonces mis emociones para no demostrarle que su egoísta decisión me duele, me lastima. Doy un respiro por diez segundos y respondo.

-Si ésa es tu felicidad amorcito, te entiendo –el tono de mi vos le da un aire de hipocresía a mi respuesta.
-Yo te quiero pero es muy importante para mí. Quisiera decirte que me esperes, que me des un tiempo… -Corto su excusa.
-No amorcito, has tomado una buena decisión y la cortaremos de buena manera.
-Perdóname.
-Te perdono.


Luego de unos dilatados momentos de caricias que con tristeza nos dimos como un gesto de despedida, ella se va. La acompaño a la pista a tomar su micro. La miro a los ojos como si fuese la última vez, ella me mira con una tristeza que no puede ocultar, yo le sonrío para aliviarla y el carro con ella se alejan.

Ahora que estoy solo, suelto mis emociones, no me di cuenta pero cuando reí al despedirla mis ojos se empañaron de lagrimas que caían como si fuese una pileta del parque de la reserva. Quizás por eso se quedo viéndome triste en el carro. Continúo llorando y cuestionándome por dentro. Opto por seguir caminando por esas calles bohémicas de Barranco. Encuentro una bodega o cantina disfrazada de bodega. El lugar viejo pero acogedor tenía unas cuantas mesas. Me siento y pido una cerveza. Me sirvo un vaso y hago un estragado pero orgulloso salud por ella (aunque mal pague) y ahogo mis penas. Entonces veo en la otra mesa a un joven que a pesar de tener un cuerpo varonil, fornido y bien cuidado, llora y llora peor que una niña. El gentío sólo tina a mirarlo y seguir en sus asuntos. Me calmé, la pena se me dilapidó por un momento. Quise saber qué le pasaba al joven. Me acerqué a su mesa.

-Amigo, pensé que yo era el único que iba a ahogar las penas en este lugar –levanta su cabeza y me mira. Ha tomado más que yo.
-¿Por qué la mujer es tan cruel? –Me dice sollozando.
-Las mujeres son depredadoras muy voraces, hermano. Pero todo depredador es presa de otro depredador. –Eso le hace reír y sus ánimos se recuperan.
-¿Cómo te llamas amigo? –Me pregunta.
-Ja… Jaime. –Le miento, no le digo mi nombre por ser precavido.
-¿Y tu?
-Javier –eso me sorprende.


Javier agarra confianza conmigo. Pedimos una botella más de cerveza para que me cuente por qué razón ha venido aquí. Me dice que tiene veintisiete años, estuvo estudiando marketing y publicidad pero lo dejó porque su enamorada, en ese entonces quedó embarazada y tuvo que dedicarse a su nueva familia. Ahora tienen una niña de cinco años. Está casado, es un empresario salido de la nada, sólo del motor de su amor por su esposa y su hija. Empezó vendiendo hamburguesas en su casa y luego se prestó dinero para alquilar un local. Le fue muy bien y ahora tiene dos locales muy rentables en San Miguel y en Chorrillos. Eso es la parte bonita hasta que luego me dice que su vida cambió repentinamente después de un año de casados.

La actitud de su esposa se volvió muy misteriosa e indiferente. Su relación y sus momentos de intimidad con ella fueron muy pocos porque siempre ella se excusaba de que no se sentía bien o tenía que salir. Saliditas que empezaban en la tarde y culminaban en la noche casi todos los sábados. Se sintió más preocupado, celoso, desconfiado y trató de averiguar qué le pasaba a ella. Un día mientras su esposa se bañaba, él husmeó en su celular y al ver sus mensajes recibidos, un tal Beto le escribía palabritas cariñosas y picaras con un tono morboso que por lógica Javier quedo impactado. No le dijo nada, sino que prefirió averiguar más. Meses después sus amigos en una noche de fiestas patrias le dijeron que habían visto a su esposa en un taxi con un hombre, estaban por San Miguel, en ese momento Javier la llamó a su celular pero estaba apagado. Así fue su vida insegura y llena de celos hasta ayer.

Estaba en su local de San Miguel cuando usualmente nunca va un sábado, pero un amigo lo llamó y le dijo que su esposa estaba en un restaurante por el parque Elmer Faucett. En seguida subió a un taxi y se fue rumbo a esa dirección. Por suerte justo estaban saliendo del restaurante, los vio en la calle, estaban esperando un taxi, tomaron el primero que pasó y se fueron hacía La Perla. Javier ordenó al taxista que los siguiera, en diez minutos ellos bajan del taxi y entran a un hotel no muy lujoso pero grande. Queda nuevamente impactado y destrozado, ahora sí tenía las pruebas fehacientes, indiscutibles, fidedignas. No supo cómo reaccionar, le tomó unos minutos y decidió entrar, pagó al taxista, entró al hotel, habló con el recepcionista y le obligó a que le dijera en qué habitación la pareja había entrado, le dio doscientos soles para convencerlo –Habitación 16, por favor, no quiero escándalos, usted me ha prometido que no hará escándalos. –le dijo el estúpido e ingenuo recepcionista. Subió cuatro pisos y vio la habitación, sacó fuerzas cargadas de ira y odio para abrir la puerta en un sólo golpe. Los descubrió in fraganti. Ella echada y desnuda sobre el hombre quien no solamente era su amante sino también amigo desde la infancia y el padrino de bautizo de su hija. Javier empezó a llorar y cortó la historia.

-Vamos hermano, ya pasó, te entiendo. –Le dije y quise entenderlo más, porque su historia resultó ser más trágica que la mía y eso sinceramente me consoló. Le di unas palmaditas a la espalda. – ¿Qué hiciste en ese momento Javier? –le pregunto.
-Pensé en mi hija, quería matarme o matarlos pero pensé en mi hija y me largué.
-Eres muy inteligente, ¡caray Javier si hubiese sido tú, yo los mataba, pero tú fuiste muy inteligente y déjame felicitarte por eso!


Pensé que los había matado y que estaba tomando por última vez para luego ser encerrado en la cárcel por homicidio. Quizás pudo ser para Javier la mejor forma de hacer justicia en su vida, pero la justicia no le iba a perdonar eso y lastimosamente tendría que irse a prisión. Después de aquel testimonio vivido en carne propia de un hombre desdichado y traicionado, Javier me pregunta por qué yo estaba ahogando las penas también. Le expliqué lo que me había pasado en la tarde de hoy con mi amorcito, perdón, ex amorcito. Honestamente no lloré al contarle por aquella despedida, su historia me conmovió más que la mía.

Ya eran las diez de la noche. Javier se despide de mí porque tiene que ver a su hija que está en casa de su mamá. Quedamos en encontrarnos un día para seguir charlando. Nos dimos un fuerte abrazo afable de dos caballeros caídos en guerra. Dos solados derrotados pero orgullosamente fieles a sus convicciones. Me ofrece llevarme en su carro estacionado a la vuelta, no sabía que tenía uno, pero le digo que prefiero caminar. Nuevamente se despide, me dice gracias, y hasta luego.


Voy caminando hacia el ovalo Balta, los tragos me subieron a la cabeza, pero quiero caminar, quiero pensar y acordarme de mi ex amorcito, que tendré muy buenos recuerdos de ella, fue muy tierna conmigo, solía molestarse muchas veces pero recordaré lo más resaltante de ella, su sonrisa y su pícara forma de hablarme. De repente mi celular suena, -¿mi ex amorcito? –me digo a mí mismo. Me apresuro para contestar.

-¿Aló?
-…




jueves, 29 de abril de 2010

Para elisa

PARA ELISA

Son las seis de la mañana. Le prometí a mi amorcito que me iba a levantar temprano para ayudarle con su trabajo de la universidad. La alarma de mi celular se encendió con una hermosa canción de Beethoven “Para Elisa”. Me encanta esa canción. Me levanté un poco soñoliento, pero ansioso por encontrarla en línea en el Messenger, ansiedad que se disipó y se inmutó en una preocupación tan alarmante como la de mi celular. Debe de estar molesta conmigo por lo de ayer, qué idiota, no debí darle un consejo siendo tan fresco como para no darle el ejemplo. Apagué cabizbajo la computadora y me tiré nuevamente a mi cama, encendí la televisión y me consolé viendo a Claudia Cisneros dando las noticias matutinas.

Las mujeres de todo se molestan, si le dices algo bueno, o algo malo, siempre se molestan. A ella le gusta reírse conmigo, pero creo que más le gusta molestarse. A mi me gusta reírme y burlarme, creo que por eso siempre se molesta conmigo –Eres un sarcástico de mierda –siempre me dice eso, y me hace feliz que me lo diga y más feliz soy cuando me río de esa frase tan clicheada y ella se molesta el doble. Sus ojos se encienden y poco a poco se convierte en un toro rojo y explota. Después de una hora entré al Messenger y la encontré, estaba como lo esperaba, indiferente y gélida. Me tomé la voluntad de saludarla.


-Hola amor


Pasaron cinco minutos y me respondió:

-Hola
-¿Cómo estas preciosa? Te esperé en la mañana como quedamos, ¿Por qué no me llamaste?
-Se me pasó.
-Amor, ya no te pongas así, ya pasó lo de ayer.
-No te preocupes.


De repente mi celular timbró. La melodiosa bagatela de Beethoven sonó y sonó. Me levanté y no sabía dónde estaba el bendito teléfono, lo había dejado en la mesa de noche que tengo al lado de mi cama, entonces miré debajo y entre zapatos viejos y sucios se oía el celular gritar cada vez más fuerte. –No está en el suelo, está en uno de los zapatos –me dije. Entonces busqué uno por uno hasta que lo hallé. Me fijé en la pantalla y no era una llamada, era un recordatorio: “¡¡¡Tu examen de Elisa!!!”. Lo había olvidado, ayer tenía que ir y no pude. Es hoy o nunca.

Regresé a la computadora y tristemente me despedí de ella. Le dije unas cuantas palabras de disculpas y creo que le llegó. No me respondía, apagué la computadora.

Tengo que ir al centro de salud que está cerca de mi casa, tengo que hacerme el examen de Elisa. Ese controversial examen que te dice si por mujeriego, homosexual, o estúpido tienes SIDA o no. No me preocupo mucho por mi cuerpo hasta cuando siento que estoy mal, pero mi amorcito quiere que me haga un examen, creo que duda de mí y tiene sus razones. No sé qué ponerme, no quiero que la gente me mire con cara de pavorosos cuando me haga mi examen. De seguro hasta las doctoras me sojuzgaran, dirán que me estoy examinando porque soy un mujeriego de mierda, que anda con muchas a la vez y que me merezco el SIDA y otras más enfermedades porque así son todos los hombres. La gente es prejuiciosa, piensan que generalizar es la forma más fácil de solucionar los problemas. Si un hombre es mujeriego, todos los hombres son mujeriegos. Si las mujeres son tramposas, todas las mujeres son tramposas. He decidido ponerme unos jeans azul, un polo negro, gorra negra, lentes negros, y sandalias azules. Ahora ya nadie me reconocerá. Salí y me acerqué al kiosco a comprar mi diario.

-Buenos días, un Correo por favor –Le dije a la señora vendedora.
-¡Hola jovencito! ¿Cómo está? Tiempo que no viene a comprar su diario, ¿Por qué lleva puesto gorro y lentes negros? Usted siempre para con su ropa bien formal –Me reconoció y tuve que desenmascararme.
-Jajaja, Hoy no trabajo, y estoy escuchando las noticias en la radio, pero trataré de comprar más seguido.
-Claro jovencito, siempre le guardo un diario, tengo los anteriores ¿No los quiere comprar?
-Ahorita no, tengo que ir al centro de salud, de ahí vuelvo.
-¿Está enfermo? –Me preguntó con un gesto de ternura. Yo no iba a decirle sobre mi examen.
-Un poco, voy a hacerme ver la garganta. Señito me apuro porque se me hará tarde.
-Nos vemos jovencito, regrese pronto.


SIDA, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Una enfermedad de transmisión sexual incurable. Mucha gente muere, y muchos otros prolongan su vida con los virales. No me siento tan asustado de hacerme ese examen. No soy mujeriego, no soy homosexual, (Aunque cuando hablo de mi otro yo bromeando, mi amorcito cree que soy medio raro). Me siento tranquilo, es más, estoy feliz de saber si tengo SIDA o no. Si lo tuviera, lo recibiría con los brazos abiertos, uno porque tuviese lo que tuviese en la vida nada cambiaría mis ganas de ser escritor y periodista, y dos porque soy muy optimista por algo pasan las cosas. La gente debería de ver la vida en un plano positivo, “Si un problema tiene solución no hay por qué preocuparse, y si no la tiene, preocuparse no es la solución.”

Llegué al lugar, me acerqué a paso lento por los pasillos de aquel pequeño pero muy limpio y cuidado centro médico. Había regular personas, la mayoría eran viejitos, me miraban, creo que ya sabían por qué había ido, sus miradas lo decían todo. Ése es un sidoso, es lo que escuchaba paranoicamente. Me topé con una enfermera.

-Hola, ¿Dónde puedo hacer el pago por la atención? –Le pregunté.
-Acérquese a Admisión al fondo a la izquierda. –me dijo.
-Gracias. Me apuré para llegar a ese lugar rápidamente, y otra enfermera estaba allí atendiendo. Tuve que esperar en la fila. Me tomó cuatro minutos.


-Buenos días –la saludé con una sonrisa fingida.
-Buenos días ¿En qué puedo servirlo? –me preguntó.
-Quiero hacerme un análisis.
-Análisis es al frente por favor.
-Gracias –Me despedí y salí de ese sitio.


No sabia que los hospitales también discriminaban, me sentía mal, un excluido de la sociedad. Fui al frente, no había puerta, estaba una enfermera en la recepción. La miré detalladamente, es la esposa de mi amigo. Sentí un poco de pánico, ¡ahora mis amigos sabrán que me hice el examen! Respiré y entré con mucho valor y optimismo.

-¡Hola! –la miré y le sonreí.
-Hola, ¿cómo estas? ¿Vives por aquí? –me preguntó.
-Si. He vivido por más de cuatro años, pero más paro allá con mis amigos. ¿Desde cuando trabajas aquí?
-Ya tengo como dos años.
-Que bien. Oye, necesito hacerme un examen de Elisa. –sonreí.
-Ah, ok. ¿Es por trabajo?
-No, mi enamorada engreída me ha pedido que me haga un análisis. –me reí suavemente.
-Ah jajaja, ¿Qué, no confía en ti? –compartió mi risa irónica.
-Las dos cosas.

Me hizo llenar un formulario, y mientras tanto conversábamos amenamente sobre qué era exactamente el SIDA. Me explicó que primero es el examen de Elisa, y si sale positivo tendría que hacerme otros exámenes más, y luego el tratamiento, etc. Leí fingidamente las clausula de un documento de autorización, firmé y pasé a la sala. Olía feo, a alcohol, sangre y virus. Una amable señorita me recibió y me dijo que me siente. Le dije que tenía miedo, mucho miedo, ella me dijo que es normal, el SIDA es una enfermedad incurable, pero yo le dije que tenía miedo a las pinchadas, no al mal, se rió. No me gustó ver como mi sangre salía me sentía enervado. Lo depositaron y me dijeron que mañana lo recoja a las once de la mañana.

Toda la tarde estuve muy ansioso. No fui a la universidad y fui al Centro de Lima a comprar un libro que mi amorcito necesitaba con urgencia, ella no conoce los huecos populares de Lima. Amazonas, Quilca, y otros. No fue tan fácil encontrar aquel libro llamado “Causa justa” de John Grisham. Luego fui a verla. Me dije –Ahora si mi amorcito me perdonará por la burrada de la otra vez. Estuve esperándola por más de una hora en un hermoso parque de un hermoso distrito, ella se apareció y me dio un beso de amigos. Conversamos brevemente y le di su libro. Inmediatamente su sonrisa se desanduvo.

-Éste no es el libro. Mis amigos tienen un libro más grande que éste. –yo empecé a trastabillar.
-Pero amorcito, seguro ellos lo tienen con letras grandes, o de otra edición –Traté de sosegar su ira.
-Bueno, gracias amor. –me dijo y yo me tranquilicé.
-Te amo.
-Te quiero.


Luego de estar con ella compartiendo cariño, opiniones y desacuerdos, porque a ella no le gusta mi manera de pensar y ver las cosas, me fui.

Son las siete de la mañana, y toda la noche la pase pensando en el bendito examen. No sabía qué hacer para calmar mis ansias que ya me estaban atiborrando, hostigando. Estuve leyendo distintos libros: El canalla sentimental de Jaime Bayly, Así hablaba Zaratrusta de Nietzsche, y Cien años de soledad de García Márquez. Me embarullaba en mis propios pensamientos que en la lectura.

No soy mujeriego, nunca lo he sido, siempre he querido serlo, pero soy un maricón, no merezco tener SIDA, y si lo tengo será por estúpido. ¿Quién me habrá contagiado? ¿A quién habré contagiado? La cagué. Moriré, la gente me repudiará. Soy una lacra de esta superficial sociedad. Yo seré una lacra pero ellos son lo peor. Porque yo me amo, y me aceptaré como soy. Ellos no, ellos nunca se aman, por eso aparentan ser lo que no son. Por eso siempre actúan como muñecos glamorosos. ¿Quién me va a comprender? ¿Mi mami? Posiblemente sí. ¿Mi familia? Le seguirán a lo que diga mi mami. ¿Mi amorcito? Me odiará, y dirá –Por eso nunca confié en ti. Pero no necesito que me comprenda nadie, yo me comprendo. Sé que fui irresponsable, y aceptaré mi castigo divino. Que me ayude Diosito, no siempre le pido favores. No jodo a nadie porque ellos me joden a mí. No odio a nadie sólo me odio a mí. Soy culpable e inocente. Dios castiga duro por las cosas ricas que nos da el demonio. Ahora seré castigado.

Les dije que eran las siete de la mañana, creo que me salí de la línea del tiempo, entonces estuve viendo las noticias, viendo a Claudia Cisneros, creo que ella me entiende. Me mira por la pantalla con ternura y dulzura, yo la miro de la misma manera. Mi amorcito me llama, conversamos, no durmió bien y llegó tarde a la universidad. Quedamos en vernos hoy a las cuatro, le dije que le iba a dar una sorpresa (Tengo sida). Ya eran las once de la mañana, y me convertí en un zombi. Salí de mi cuarto, no miré a nadie, fui cauteloso. Camine por la soleada calle pensando.

Soy un zombi, ya no soy humano. Ya nadie me amará, nadie me ama. Sólo mi mami. No tengo esperanza, voy por el camino de la muerte. Esperando mi turno para hundirme en ese abismo. De pronto escucho un sonido tenue, que poco a poco iba reverberando desde mi interior… “Take me out tonight, because I want to see people and I want to see life. Driving in your car I never want to go home, because I haven’t got one, anymore… (Llévame afuera esta noche porque quiero ver gente y quiero ver vida. Manejando en tu auto nunca quiero ir a casa porque ya no la tengo)”... Era mi canción favorita “There is a light that never goes out (Hay una luz que nunca se apaga)” de Morrissey. Me sentí inmaculado, una conversión, una metamorfosis se apoderó de mí y concluí: Sea lo que sea que tenga siempre habrá una luz en mi vida que nunca se apagará.

Llegué al centro médico. Sonreí a mi amiga enfermera y ella me sonrió

-Hola, no te preocupes.
-Ah jajaja, no estoy preocupado.
-Aquí esta tu resultado.
-Gracias.


Abrí el sobre, y me enfoqué en ver mi nombre, el tipo de examen, y el resultado. NO REACTIVO (NEGATIVO).
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Pdata: Para Elisa y todas las personas que pierden la fe.

viernes, 23 de abril de 2010

los limones traidores


LOS LIMONES TRAIDORES


Es la una de la mañana, hace media hora que me encontraba durmiendo después de una larga lucha contra el insomnio o quizás contra mis pensamientos nocturnos. Siempre tengo que dormir pensando en ella, o en qué haré mañana, qué cosas nuevas observaré de la gente, entre otros. Pero me desperté con un fuerte dolor en la garganta, sentía que mi propia respiración raspaba mi faringe y por ende me ardía y dolía. – ¡Carajo! Luché tanto para dormir, y ahora esta mierda de amigdalitis me malogra el sueño –Me dije. No quise hacerle caso a ese pertinaz dolor. Pero nuevamente me vinieron en la cabeza como bombardas de guerra mis pensamientos, eran dos contra uno, eso es injusto, me levanté de la cama y encendí la luz. No pude ver bien porque tenía las pupilas muy abiertas y todo era sombrío. Pero pude darme cuenta que el cuarto era un desastre total, todo estaba en su lugar, mi cómoda donde encima pongo mi televisor viejo, un Play Station II que a veces me ayuda a dejar de pensar, y unos DVD’s. También estaba mi mesa de estudio donde pongo el teclado para tocar cuando no tengo nada que hacer y me olvido que debo de estudiar, y un escritorio grande donde esta la computadora y unos cuantos libros de inglés y otros de unos tantos escritores que simpatizo como Jaime Bayly, Isabel Allende, Renato Cisneros, Gustavo Gorriti y otros de política e historia.

Como decía, todo estaba normal, en su sitio, sólo que lo demás era un chiquero de porquería. Medias en el piso, hojas de papel de dibujos que hago, o cualquier historia estúpida que escribo. Lápices y lapiceros tirados. Más hojas de notas telefónicas, cajetillas de cigarro Pall Mall y botellas vacías de gaseosa pepsi (que de por cierto, es mi bebida favorita). Pese a ese ligero entretenimiento que me di viendo mi cuarto parecido a un escondrijo de una rata ociosa y cochambrosa, me seguía doliendo la garganta. Pero me dije –Ahorita te cago y seremos dos a dos. Me fui a la cocina, mis viejos estaban durmiendo y mi sobrinita de 3 años también. Cogí dos limones, los corté en mitades y los metí al microondas. Pasaron un minuto y los llevé a mi cuarto. Humeaba mucho, pero no dudé en tragarme todo el liquido ácido de el limón. ¡Auch mierda! estaba demasiado caliente y me quemé. Odié al limón, pensé que me iba a hacer bien y me traicionó, ahora eran tres contra mí, apagué la luz y tristemente traté de dormir.

Me desperté asustado porque tuve una pesadilla, soñé que unos limones gigantes como de veinte metros me estaban persiguiendo en la calle. Encendí el televisor, puse el canal dos y me di cuenta que Claudia Cisneros nunca deja ni dejará de ser bella en mi pantalla de televisión. Estaban pasando las noticias, vi la hora y eran como las 9:02am, me apuré para ir a la universidad. Mi mamá toco la puerta de mi cuarto.

-Hijo ya es tarde, ¿qué vas a desayunar?
-No sé mami, ¿qué te parece un té? Me duele la garganta –le dije.
-Té sólo, ¿no lo quieres con limón? –me ofreció limón y recordé la ensañada madrugada que tuve.
-No mami gracias, ya chupé unos cuantos en la madrugada.


No me bañé porque odio bañarme en las mañanas. Además estaba con la garganta adolorida y sabía que eso sólo iba a agravar las cosas. Tomé el té rico y calentito con unos panes wafleados con queso fundido y hot dog. Le di un beso de despedida a mi mami y a mi sobrinita. –Chau hijito, buena suerte en tus estudios –me dijo.

Ya era un poco tarde. El carro de mierda demoraba en llegar, parecía una tortuga llevando más tortugas. El calor se apoderó de la gente y comenzamos a oler mal. No entendía por qué había tantos carros en Lima. Carros feos y viejos, con choferes malos para el volante y buenos para chupar cerveza. Con sus cobradores malcriados e iletrados. Así es Lima acostúmbrate o vete. Mientras estaba en el carro esperando llegar a la universidad también estaba escuchando Radio Capital, una novedosa y dinámica emisora radial de noticias. Una vos sensual cuya poseedora decía llamarse Diana Pozo, daba el informe del tránsito. Atención conductores, se observa un accidente en la avenida Arequipa con el cruce de la Javier Prado, maneje con cuidado… Deduje que ese ligero accidente era el causante del tráfico embotellado que no me dejaba pasar la Arequipa de una vez para irme a Jesús María.

Ya era tarde, no me gusta llegar tarde, pero es bueno variar bajé en la esquina de Pershing con Gregorio Escobedo, ahí esta ubicado la residencial San Felipe. El sol seguía de jodido, bajé del micro con mis lentes oscuros cuadrados y pequeños, pantalón negro y una camisa manga larga. Ropa que tengo que usar para luego de la universidad ir a dar clases de inglés. Entonces vi algo curioso. Dos hombres cuarentones miraban al unísono hacia una misma dirección, era una chica joven, le pondría unos 20 años aunque estaba de espalda, pero tenía unos jeans azules que apretaban un trasero muy promisorio, justo estaba detrás de ella a unos 6 metros y nos íbamos aparentemente hacia la misma dirección. Caminé sin dejar de analizar su bella figura y sobretodo sus glúteos que se movían en un erótico vaivén. Noté que casi todos los hombres se veían coaccionados a ver ese despampanante trasero, no eran muy grandes, pero tenían la forma y se movían de lo genial. Su siluetada y reducida cintura junto con esa cabellera negra lacia le daban armonía a su cuerpo. Creo que el noventa por ciento de hombres la miraban. ¿Por qué somos como los perros? Si algo podría deducir era que los hombres tenemos un parecido a los perros. Nos encanta mirar las buenas colas y olerlas. Es un instinto animal que nadie puede amagar ante nadie. Seguíamos caminando juntos y distantes al mismo lugar, cuando estábamos cerca al Derrama Magisterial y yo giré para cruzar, justo ella también lo hizo. – ¿Estudia periodismo en la Bausate también? –Me pregunté. Fuimos caminando pero ella se fue de frente y pasó la universidad. Yo entré y miré el reloj del celular, ahora si ya no me dejan entrar ni cagando.

Las clases en la Bausate son muy buenas, hay profes de todo tipo. Graciosos, serios, elocuentes, encantadores, etc. No tengo muchos amigos, pero trato de ser amable con todos. Pasé toda la tarde en las clases aburridas de inglés (enseño ingles, no sé porque tengo que ahora hacer básico), luego me desasné un rato en Lengua, y finalmente me carcajeé de la risa con Métodos de Estudio. No puedo negar que durante toda la clase estuve observando el celular, esperaba recibir llamadas, que ella se acuerde de mí y que me extrañe. Y que me dijera que necesitaba verme como también yo a ella. Luego entraba en razón y me decía –le dije Adiós, debo ser un hombre de palabra.

Llegué al trabajo, Interglobal, Inglés para llegar lejos, trabajo ahí desde hace un año. He hecho buenos amigos profesores, y unas más de otras áreas. Este lugar me trae exuberantes y gratos recuerdos era todavía temprano así que aproveché para tertuliar con los profes. Luego subí al Teacher’s room, alisté mis materiales y fui a clase. Todo estaba normal, bueno, para ser viernes pensé que iba a estar mal. Los chicos faltan porque quieren alargar el fin de semana, y los demás que se quedan lucen cansados y alicaídos. Estuve pre ambulando la clase y el celular suena, no había número, estaba en privado.

-¿Bueno? –dije.
-Hola Javier –escuché una vos suave, no la pude reconocer, pero sabía que era ella.
-Aló, ¿con quién hablo? ¿Eres tú?
-Sí, ¿cómo estas?
-Oye, estoy en clase ahorita, llámame después.


Colgué. No sé si estuvo mal en colgarle. Pero estuvo mal conversar por teléfono en plena clase. Regresé al salón. Las miradas de los alumnos estaban atentas hacia mí. Continué con la clase, pero al cabo de unos minutos sentí un dolor en la garganta intenso. Ya durante el día la molestia era latente, pero no tan desvergonzada. Traté de disimular durante la hora y media, hasta que acabó la clase y me retiré.

Me apresuré para irme del trabajo y estar en casa abrigadito y bajo el cuidado de mi mami y dormir para calmar el dolor. Pero me encontré con una buena amiga del trabajo y nos fuimos a tomar un café en Risso. Estuvimos por media hora mientras charlábamos sobre nuestros planes para el día del trabajador. Que sé yo, ir a bailar en alguna discoteca o soltar los gallos en un karaoke. La noche estaba en su plenitud. Eran las nueve y media, salimos, fuimos al paradero, tomó su carro, y yo el mío.

Llegué a casa. Mi mami estaba viendo tele, las noticas del canal cuatro. No me gusta mucho ese canal, dejó de gustarme cuando Claudia Cisneros se fue de Radio Capital y se quedó en la tele. Además estaba Aldo Mariátegui, director de un diario derechista y conservador el cual coincido con sus ideales. La saludé.

-Buenas noches mami –le di un beso en la mejilla.
-Hola hijito, ¿cómo te fue en los estudios? –me preguntó.
-Bien mami, como siempre.
-¿vas a cenar?
-Creo que no, he comido algo en la calle.
-Deja de comer esas hamburguesas que te producen diarreas.
-Mamá, me da diarrea porque las como en la calle y me da frío.
-¿Quieres un té entonces?
-Sí mami, ya me voy a dormir.
-¿Lo quieres con limón?
-No mami, ya no quiero más limones traidores.