INVIERNO
Ya han pasado tres días desde que empezó el gélido invierno en la capital limeña. Se pudo sentir claramente esos dieciséis grados con el cien por ciento de humedad. He estado resfriado, tosiendo, y como resultado, malhumorado. No porque sea invierno, pues es la temporada más nostálgica y comprensiva para mí. Es el frío que te acompaña y la lluvia que guía el camino (a rumbo desconocido) hacia tu casa o trabajo. Yo lo siento así. No me siento tan solo. Pero algo que sí me pone de mal humor es que siempre me enfermo cada vez que llega el invierno. Mi sistema inmunológico se enerva al iniciar esta grisácea temporada y me resfrío inmediatamente. A veces afecta mi temperamento o humor, pero es algo efímero y rápido.
Amanecí hoy con una tos como de perro desgastado después de una pelea canina. El cuerpo lo sentía pésimo y las ganas de quedarme arrimadito a mi cama no me faltaban. Pero pensé: “Levántate y anda”, como dicen por ahí. Me cambié de prisa y fui al trabajo. Nada interesante, lo rutinario, monótono pero gracioso en las clases de inglés que dicto. Pasó el tiempo como una estrella fugaz y me marché a la universidad. De repente mi celular suena y di un brinco repentino (podría ser mi amorcito), para mala suerte mía y por buena suerte de ella, no lo fue. Era un número desconocido. –No pienso responder números desconocidos –Me dije. Sin embargo respondí.
-¿Bueno? –Pregunté
-Hola Jaime, ¿Cómo estás? Soy Javier, ¿Te acuerdas de mí? –Me respondieron. Al instante me di cuenta de quién era. Sólo una persona me diría Jaime. Pero me costó creer que después de más de un mes me llamara.
-Hola Javier. Claro que me acuerdo de ti. ¿Cómo has estado? Quedamos en charlar después de un tiempito, pero tiempo que no hablamos. –Le dije.
-Si compadre, he estado en unos asuntos. No sabes, te tengo que contar, ¿Tienes tiempo libre ahora? –Faltaba unas horas para entrar a la universidad, así que le dije que sí.
-Sí, estoy saliendo del trabajo.
-¿Dónde estás?
-Estoy en Salaverry con… estoy cerca al teatro Peruano-Japonés.
-No te preocupes, yo te alcanzo. Estoy en mi auto, te llamo en cuanto llegue. Veinte minutos, iré como tren bala.
-Está bien, te espero. –Colgué.
No sé porque, pero juro que apenas colgando el teléfono, se apareció Javier. Verdaderamente vino como una bala, o quizás volando. Nos saludamos con un fuerte abrazo. Aquella noche de copas en la cantina, tomando por ellas, inexplicablemente nos hizo congeniar una buena amistad. Subimos al auto y nos fuimos a tomar un café en Jesús María. Lo noté preocupado. Mientras estaba al volante rumbo a una cafetería, Javier encendió un cigarro y se puso a escuchar cumbia en la radio de su auto.
Le pregunté cómo estaba su situación con su esposa. Aquella mujer quien le estuvo sacando la vuelta con el padrino de su hija. Su mejor amigo, y que en una noche áspera, pero atinada. Los ampayó (en el término del chisme de Magaly Medina) en un hotel in fraganti teniendo relaciones sexuales.
Javier se soltó y confesó todos los sucesos que le había pasado durante los días que no estábamos en contacto. Empezó a narrar la continuación de su penosa historia, y no había cómo detenerlo.
Días después de aquella brusca noche, Javier se fue con su hija a la casa de su madre. No quería volver a aquel departamento que ahora le traía lamentables y perturbadores recuerdos. Una semana después ella, su mujer, apareció en uno de sus restaurantes, y le dijo que la perdonara. Javier no supo qué decirle. Se olvido de esa actitud histriónica con la que solía convencerlo, pero pensó en el bienestar de su hija y en sus sentimientos aún encontrados. La llama seguía viva, tenue, pero viva. Entonces le dio una nueva oportunidad y regresaron a casa como si nada hubiese pasado. Sin embargo, las cosas no eran las mismas. Él no se sentía muy bien que digamos (eso me dijo). Me explicó que nada era igual. La confianza no era la misma y añadiendo a eso, su esposa aún actuaba de una manera misteriosa, conspiradora y zalamera. El cariño que le daba a su hija no era el mismo. Ella seguía saliendo en descuidadas noches fuera de casa, dejando a la niña sola con la niñera. Cosa que a él le preocupaba mucho y además corrompía su cabeza. Nuevamente la misma serenata.
Llegamos a una panadería muy bonita y llena de luz. Estaba ubicada en la avenida Canevaro. Pedimos café y unos panecillos salados. Continuó contándome de todo lo que le estaba pasando en su casa con su esposa. Por momentos parecía que quería entrar en la desesperación y volver a llorar como un niño, como aquel día en la cantina. Me presté a darle mi opinión.
–Debes de tener en cuenta esto Javier. Donde no hay confianza, no hay amor. Y es mejor terminar habiendo querido, que terminar sin haber querido.
-Entiendo, la quiero bastante, bueno, sinceramente la amé Jaime, pero ahora no sé qué pasa. No es lo mismo, ¿Me entiendes hermano? –Balbuceó como queriendo llorar.
-Si te entiendo. Evidentemente tú la amabas, pero ese acontecimiento ha marcado y ha quebrado tu estabilidad emocional. Tus sentimientos por ella. Debes de ser más sincero contigo, piensa en ti. Piensa en tu bienestar Javier, si te hizo eso, ya lo hizo, pero piensa en que no puedes caer, en que algo bueno debes de encontrar de ese mal momento.
-Ahora no sé qué hacer, no me inspira en nada verla, estar a su lado. Mi hija es lo que me importa, que esté con su mamá. Pero ella ni siquiera le da la atención que mi gordita necesita. Siento que si me alejo, que si acabo con esta relación, terminaré también con mi hogar, con mi familia brother.
Javier se puso a llorar como un niño. Como un pirata tomando ron en altamar y abandonado. Me sentí conmovido. La vida te trata como ella quiere. Lo animé a que tomara el café.
-Déjame contarte una historia hermano. Te parecerá buena o mala, pero la idea es que analices y comprendas la moraleja, el mensaje, y lo pongas en práctica si deseas.
-¿Qué historia? –Se sorprendió.
-Había una vez, un maestro y un discípulo que se encontraban de viaje en un pueblo muy pobre y abandonado. Estuvieron toda la tarde caminado hasta que anocheció y no tenían un lugar donde pasar la noche. Sin embargo, un patriarca de una casa muy humilde y pobre les ofreció que se quedaran a dormir. Aquella noche mientras todos dormían, el maestro empezó a caminar por la casa y vio que la familia no tenía nada con que vivir, tan solo una vaca flaca y moribunda que daba un poco de leche en el establo. Entonces el maestro sacó una daga de su bolsillo y la degolló. Al amanecer, la familia se enteró de lo sucedido y se entristecieron por haber perdido al único sustento que tenían para vivir. El maestro y el discípulo se fueron de regreso a su templo. Al pasar el tiempo, el maestro le cuenta al discípulo de que él había matado a la vaca de la familia pobre. El discípulo entonces se entristeció y le dijo al maestro por qué había matado al único sustento de la pobre familia. Después de esa conversación, el maestro llevó al discípulo nuevamente al pueblo para ver a la familia. De repente al llegar al pueblo, el maestro y el discípulo se dieron cuenta de que la familia humilde ya no vivía en la misma casa, sino en una gran hacienda llena de establos y graneros. El discípulo quedó impresionado por lo que había pasado con aquella familia. Al entrar a la hacienda, se encontró con el patriarca y le preguntó. -¿Qué hiciste para tener tanto dinero?- El patriarca entonces le contó que aquel día en que mataron a su vaca, decidió vender su carne y así comprar semillas para sembrarla hasta obtener un fructífero granero. Entonces fue así como se hizo rico y próspero. -Javier se quedó pensativo en cuanto terminé la historia.
-Asu, ¡qué buena la historia! Pero ¿Qué tiene que ver eso con mi situación? Tengo suficiente dinero para mantener a mi hija y a mí.
-No es eso a lo que me refiero Javier. Piensa, ¿Cómo se volvieron ricos? – le pregunté.
-Matando a la vaca pues.
-Claro, la vaca flaca. La vaca que ellos creían que era el único medio para vivir, para existir en la vida, pero en cuanto lo mataron, se dieron cuenta de que podían hacer otra cosa.
-Espera men, creo que estoy comprendiendo.
-Todos tenemos una vaca flaca Javier, eso que no nos ayuda a progresar y que en vez de mejorar, empeoramos, o nos quedamos ahí y nos dice que sin ello no podremos vivir, y vivimos resignados a no hacer nada. Pero la solución está en matar tu vaca flaca. Terminar con eso que te estanca.
-Lo entiendo, te refieres a ella. A mi esposa.
-Así es Javier, tú dices que no puedes hacer nada. Que no la quieres como antes, que ya ni confías en ella y que esa traición junto con las cosas que aún ella sigue haciendo no te deja estar tranquilo, sino te da más preocupaciones. Acaba con eso. No te vas a morir por terminar con algo que simplemente no produce. Mejores cosas vendrán en tu vida.
-Tienes razón, no lo había visto de ese modo.
-Tampoco te digo que lo hagas porque yo quiera. Eso está en ti, si crees que ella es tu vaca flaca, tú tomaras la mejor decisión amigo.
-Gracias Jaime, me siento mejor. Sé lo que haré.
Me fijé la hora y ya faltaba poco para las clases de la universidad, el tiempo nuevamente había pasado volando. Me despedí de Javier, deseando que le vaya bien y quedamos en vernos en cuanto tomara su decisión y me cuente cómo le había ido. Me llevó en su auto hasta la esquina cerca a mi universidad. Exactamente donde está el Derrama Magisterial, y se fue.

Espero que Javier haya reflexionado con lo que le conté. El tiene una vaca flaca pero yo no tengo ni un perro que me ladre, y encima me muero de frío. Necesito otro café. Quiero llamar por teléfono. ¡Ya empezó la clase! ¿Cuánto costará una llamada a Venezuela? ¿Sentirá mi amorcito el mismo frío que estoy sintiendo? Así es el invierno.
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