jueves, 7 de julio de 2011

Al maestro con cariño

AL MAESTRO CON CARIÑO


Recuerdo cuando fui chico y estaba en la escuela de primaria. No sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer allí; solamente traté de creer que era un lugar para que mi madre tuviese tiempo para trabajar y mantener a mi hermana y a mí. Conocí muchos profesores; de ellos recuerdo a uno. Aquel moreno alto y fornido que muy a la antigua pero correctamente nos enseñaba lo que era vivir con disciplina y respeto a los demás. Solía castigarnos con métodos muy pretéritos tales como arrodillarnos en una tabla clavada de chapas volteadas, o unas cuantas tandas con el muy conocido chicote de tres puntas. Sin embargo, hubo momentos alternos, donde aquel profesor nos mostraba su talento artístico para tocar la guitarra y cantar esos valses criollos que cada vez que había alguna actuación en el colegio; él y otros profesores tocaban con frenesí. Fueron unos pocos años de ejemplo y admiración. Lastimosamente, como todo ser humano, falleció de cáncer al pulmón pues tenía el muy viejo hábito de fumar. Muy recordado profesor que conocí en la primaria del colegio estatal donde estudié.


Años después, cuando ya no era tan chico, sino un púber; mi cosmovisión de lo que era un colegio para mí, se mutó. En la secundaria, me divertí, disfruté de los amigos y de las tantas travesuras que pude aprender y quizás inventar. Como cualquier alumno que guarda un mundo propio y distinto a los demás, para ese entonces era un joven con problemas familiares por gracia de mis padres que comprensivamente vivían separados y llenos de conflictos. Quizás no es grato recordar dichos problemas, por tal razón asocié a mi colegio como un refugio, un tubo de escape a todas esas angustias y ansiedades. Obviamente preferí buscar una relación social placentera y divertida en mi aula, que estudiar y rajarme la cabeza resolviendo problemas matemáticos y comprensiones de lectura. En la secundaria, tuve buenos y malos profesores. Porque hay profesores que aman su vocación, y otros que no. Pero aprendí mucho de ambas partes. Recuerdo los injustos jalones de orejas y llamados de atención. También recuerdo el poco interés que algunos tenían para enseñar. No existen tantos profesores con tanta motivación para enseñar bien en un colegio fiscal donde lamentablemente el Estado no capacita ni recompensa justamente la labor de un maestro. Por otro lado, sí hubieron buenos docentes, y no buenos por ser académicamente expertos, sino por su calidad de humano. Por ese maestro que te ve a los ojos con condescendencia, paciencia, y cariño. Por ese maestro que se preocupó por ti, que descubrió no solamente tu inteligencia cognitiva sino tu mundo, ese mundo que cada alumno vive y solamente comparte con aquellos que verdaderamente se interesan. Recuerdo a mi tutora de secundaria, delgada y de rostro tierno y de vos cálida. Que aunque muchas veces no nos pudo controlar por su carácter humano y excesivamente paciente, siempre nos mostró su amor y nos dio todo de su parte. A esa tutora le debo mucho. Su entera paciencia, paciencia con mis travesuras, con mis inquietudes y debilidades. Porque pude ser el no tan aplicado y estudioso alumno del colegio estatal, del quinto A, pero muy a pesar de lo que fui, me aceptó tal y como soy. Como una madre con todo su amor acepta a su hijo a pesar de todas las faltas y errores.


Así fueron mis días en el colegio. Sin comprender alguna materia, pero disfruté de cada uno de ellos, de su humor, de su forma de ser en el aula. Porque como alumno solamente pude hacer eso. Jugar con ellos, hacerlos reír, llorar, renegar, colmarles la paciencia. Tengo que admitir que he sido el dolor de cabeza de ellos, y que hayan estado allí pese a no ser el alumno que ellos quisieron, me aceptaron.


Cómo son las paradojas de la vida, ya no soy un alumno más de aquel colegio estatal. Ya estoy fuera de esa institución donde tan importante es para la formación de la persona, porque un colegio no reforma ni corrige a la persona, lo forma, lo guía y por ende el alumno aprende a vivir y enfrentar a una sociedad. Ahora soy uno de ellos, ahora en carne propia vivo lo que ellos vivieron, ahora siento lo que es ser un profesor porque los admiré y siempre quise ser lo mejor y como ellos. Y sigo pensando en lo que es un colegio, un lugar para divertirse, para aprender, para vivir, para escapar de cualquier problema y refugiarte en las travesuras, para cometer errores y que una persona que te quiere y te estima te enseñe lo bueno y lo malo, para que te prepares a enfrentar al mundo. Es una casa donde el alimento esencial es el amor. Quizás ahora añore mi viejo colegio y me arrepienta de tantas cosas que no pude hacer, como el haber sido el alumno estrella, sacar el primer puesto en todas las materias, o haber sido el más disciplinado. Pero sé que ahora soy diferente, que sé cuán importante es la vida académica, estudiar y aprender. Competir y ser un hombre que pueda servir a la sociedad. Todo eso y muchas cosas más se los debo a un maestro.


JAVIER REZABAL





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