PARA ELISA
Son las seis de la mañana. Le prometí a mi amorcito que me iba a levantar temprano para ayudarle con su trabajo de la universidad. La alarma de mi celular se encendió con una hermosa canción de Beethoven “Para Elisa”. Me encanta esa canción. Me levanté un poco soñoliento, pero ansioso por encontrarla en línea en el Messenger, ansiedad que se disipó y se inmutó en una preocupación tan alarmante como la de mi celular. Debe de estar molesta conmigo por lo de ayer, qué idiota, no debí darle un consejo siendo tan fresco como para no darle el ejemplo. Apagué cabizbajo la computadora y me tiré nuevamente a mi cama, encendí la televisión y me consolé viendo a Claudia Cisneros dando las noticias matutinas.
Las mujeres de todo se molestan, si le dices algo bueno, o algo malo, siempre se molestan. A ella le gusta reírse conmigo, pero creo que más le gusta molestarse. A mi me gusta reírme y burlarme, creo que por eso siempre se molesta conmigo –Eres un sarcástico de mierda –siempre me dice eso, y me hace feliz que me lo diga y más feliz soy cuando me río de esa frase tan clicheada y ella se molesta el doble. Sus ojos se encienden y poco a poco se convierte en un toro rojo y explota. Después de una hora entré al Messenger y la encontré, estaba como lo esperaba, indiferente y gélida. Me tomé la voluntad de saludarla.
-Hola amor
…
Pasaron cinco minutos y me respondió:
-Hola
-¿Cómo estas preciosa? Te esperé en la mañana como quedamos, ¿Por qué no me llamaste?
-Se me pasó.
-Amor, ya no te pongas así, ya pasó lo de ayer.
-No te preocupes.
De repente mi celular timbró. La melodiosa bagatela de Beethoven sonó y sonó. Me levanté y no sabía dónde estaba el bendito teléfono, lo había dejado en la mesa de noche que tengo al lado de mi cama, entonces miré debajo y entre zapatos viejos y sucios se oía el celular gritar cada vez más fuerte. –No está en el suelo, está en uno de los zapatos –me dije. Entonces busqué uno por uno hasta que lo hallé. Me fijé en la pantalla y no era una llamada, era un recordatorio: “¡¡¡Tu examen de Elisa!!!”. Lo había olvidado, ayer tenía que ir y no pude. Es hoy o nunca.
Regresé a la computadora y tristemente me despedí de ella. Le dije unas cuantas palabras de disculpas y creo que le llegó. No me respondía, apagué la computadora.
Tengo que ir al centro de salud que está cerca de mi casa, tengo que hacerme el examen de Elisa. Ese controversial examen que te dice si por mujeriego, homosexual, o estúpido tienes SIDA o no. No me preocupo mucho por mi cuerpo hasta cuando siento que estoy mal, pero mi amorcito quiere que me haga un examen, creo que duda de mí y tiene sus razones. No sé qué ponerme, no quiero que la gente me mire con cara de pavorosos cuando me haga mi examen. De seguro hasta las doctoras me sojuzgaran, dirán que me estoy examinando porque soy un mujeriego de mierda, que anda con muchas a la vez y que me merezco el SIDA y otras más enfermedades porque así son todos los hombres. La gente es prejuiciosa, piensan que generalizar es la forma más fácil de solucionar los problemas. Si un hombre es mujeriego, todos los hombres son mujeriegos. Si las mujeres son tramposas, todas las mujeres son tramposas. He decidido ponerme unos jeans azul, un polo negro, gorra negra, lentes negros, y sandalias azules. Ahora ya nadie me reconocerá. Salí y me acerqué al kiosco a comprar mi diario.
-Buenos días, un Correo por favor –Le dije a la señora vendedora.
-¡Hola jovencito! ¿Cómo está? Tiempo que no viene a comprar su diario, ¿Por qué lleva puesto gorro y lentes negros? Usted siempre para con su ropa bien formal –Me reconoció y tuve que desenmascararme.
-Jajaja, Hoy no trabajo, y estoy escuchando las noticias en la radio, pero trataré de comprar más seguido.
-Claro jovencito, siempre le guardo un diario, tengo los anteriores ¿No los quiere comprar?
-Ahorita no, tengo que ir al centro de salud, de ahí vuelvo.
-¿Está enfermo? –Me preguntó con un gesto de ternura. Yo no iba a decirle sobre mi examen.
-Un poco, voy a hacerme ver la garganta. Señito me apuro porque se me hará tarde.
-Nos vemos jovencito, regrese pronto.
SIDA, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Una enfermedad de transmisión sexual incurable. Mucha gente muere, y muchos otros prolongan su vida con los virales. No me siento tan asustado de hacerme ese examen. No soy mujeriego, no soy homosexual, (Aunque cuando hablo de mi otro yo bromeando, mi amorcito cree que soy medio raro). Me siento tranquilo, es más, estoy feliz de saber si tengo SIDA o no. Si lo tuviera, lo recibiría con los brazos abiertos, uno porque tuviese lo que tuviese en la vida nada cambiaría mis ganas de ser escritor y periodista, y dos porque soy muy optimista por algo pasan las cosas. La gente debería de ver la vida en un plano positivo, “Si un problema tiene solución no hay por qué preocuparse, y si no la tiene, preocuparse no es la solución.”
Llegué al lugar, me acerqué a paso lento por los pasillos de aquel pequeño pero muy limpio y cuidado centro médico. Había regular personas, la mayoría eran viejitos, me miraban, creo que ya sabían por qué había ido, sus miradas lo decían todo. Ése es un sidoso, es lo que escuchaba paranoicamente. Me topé con una enfermera.
-Hola, ¿Dónde puedo hacer el pago por la atención? –Le pregunté.
-Acérquese a Admisión al fondo a la izquierda. –me dijo.
-Gracias. Me apuré para llegar a ese lugar rápidamente, y otra enfermera estaba allí atendiendo. Tuve que esperar en la fila. Me tomó cuatro minutos.
-Buenos días –la saludé con una sonrisa fingida.
-Buenos días ¿En qué puedo servirlo? –me preguntó.
-Quiero hacerme un análisis.
-Análisis es al frente por favor.
-Gracias –Me despedí y salí de ese sitio.
No sabia que los hospitales también discriminaban, me sentía mal, un excluido de la sociedad. Fui al frente, no había puerta, estaba una enfermera en la recepción. La miré detalladamente, es la esposa de mi amigo. Sentí un poco de pánico, ¡ahora mis amigos sabrán que me hice el examen! Respiré y entré con mucho valor y optimismo.
-¡Hola! –la miré y le sonreí.
-Hola, ¿cómo estas? ¿Vives por aquí? –me preguntó.
-Si. He vivido por más de cuatro años, pero más paro allá con mis amigos. ¿Desde cuando trabajas aquí?
-Ya tengo como dos años.
-Que bien. Oye, necesito hacerme un examen de Elisa. –sonreí.
-Ah, ok. ¿Es por trabajo?
-No, mi enamorada engreída me ha pedido que me haga un análisis. –me reí suavemente.
-Ah jajaja, ¿Qué, no confía en ti? –compartió mi risa irónica.
-Las dos cosas.
Me hizo llenar un formulario, y mientras tanto conversábamos amenamente sobre qué era exactamente el SIDA. Me explicó que primero es el examen de Elisa, y si sale positivo tendría que hacerme otros exámenes más, y luego el tratamiento, etc. Leí fingidamente las clausula de un documento de autorización, firmé y pasé a la sala. Olía feo, a alcohol, sangre y virus. Una amable señorita me recibió y me dijo que me siente. Le dije que tenía miedo, mucho miedo, ella me dijo que es normal, el SIDA es una enfermedad incurable, pero yo le dije que tenía miedo a las pinchadas, no al mal, se rió. No me gustó ver como mi sangre salía me sentía enervado. Lo depositaron y me dijeron que mañana lo recoja a las once de la mañana.
Toda la tarde estuve muy ansioso. No fui a la universidad y fui al Centro de Lima a comprar un libro que mi amorcito necesitaba con urgencia, ella no conoce los huecos populares de Lima. Amazonas, Quilca, y otros. No fue tan fácil encontrar aquel libro llamado “Causa justa” de John Grisham. Luego fui a verla. Me dije –Ahora si mi amorcito me perdonará por la burrada de la otra vez. Estuve esperándola por más de una hora en un hermoso parque de un hermoso distrito, ella se apareció y me dio un beso de amigos. Conversamos brevemente y le di su libro. Inmediatamente su sonrisa se desanduvo.
-Éste no es el libro. Mis amigos tienen un libro más grande que éste. –yo empecé a trastabillar.
-Pero amorcito, seguro ellos lo tienen con letras grandes, o de otra edición –Traté de sosegar su ira.
-Bueno, gracias amor. –me dijo y yo me tranquilicé.
-Te amo.
-Te quiero.
Luego de estar con ella compartiendo cariño, opiniones y desacuerdos, porque a ella no le gusta mi manera de pensar y ver las cosas, me fui.
Son las siete de la mañana, y toda la noche la pase pensando en el bendito examen. No sabía qué hacer para calmar mis ansias que ya me estaban atiborrando, hostigando. Estuve leyendo distintos libros: El canalla sentimental de Jaime Bayly, Así hablaba Zaratrusta de Nietzsche, y Cien años de soledad de García Márquez. Me embarullaba en mis propios pensamientos que en la lectura.
No soy mujeriego, nunca lo he sido, siempre he querido serlo, pero soy un maricón, no merezco tener SIDA, y si lo tengo será por estúpido. ¿Quién me habrá contagiado? ¿A quién habré contagiado? La cagué. Moriré, la gente me repudiará. Soy una lacra de esta superficial sociedad. Yo seré una lacra pero ellos son lo peor. Porque yo me amo, y me aceptaré como soy. Ellos no, ellos nunca se aman, por eso aparentan ser lo que no son. Por eso siempre actúan como muñecos glamorosos. ¿Quién me va a comprender? ¿Mi mami? Posiblemente sí. ¿Mi familia? Le seguirán a lo que diga mi mami. ¿Mi amorcito? Me odiará, y dirá –Por eso nunca confié en ti. Pero no necesito que me comprenda nadie, yo me comprendo. Sé que fui irresponsable, y aceptaré mi castigo divino. Que me ayude Diosito, no siempre le pido favores. No jodo a nadie porque ellos me joden a mí. No odio a nadie sólo me odio a mí. Soy culpable e inocente. Dios castiga duro por las cosas ricas que nos da el demonio. Ahora seré castigado.
Les dije que eran las siete de la mañana, creo que me salí de la línea del tiempo, entonces estuve viendo las noticias, viendo a Claudia Cisneros, creo que ella me entiende. Me mira por la pantalla con ternura y dulzura, yo la miro de la misma manera. Mi amorcito me llama, conversamos, no durmió bien y llegó tarde a la universidad. Quedamos en vernos hoy a las cuatro, le dije que le iba a dar una sorpresa (Tengo sida). Ya eran las once de la mañana, y me convertí en un zombi. Salí de mi cuarto, no miré a nadie, fui cauteloso. Camine por la soleada calle pensando.
Soy un zombi, ya no soy humano. Ya nadie me amará, nadie me ama. Sólo mi mami. No tengo esperanza, voy por el camino de la muerte. Esperando mi turno para hundirme en ese abismo. De pronto escucho un sonido tenue, que poco a poco iba reverberando desde mi interior… “Take me out tonight, because I want to see people and I want to see life. Driving in your car I never want to go home, because I haven’t got one, anymore… (Llévame afuera esta noche porque quiero ver gente y quiero ver vida. Manejando en tu auto nunca quiero ir a casa porque ya no la tengo)”... Era mi canción favorita “There is a light that never goes out (Hay una luz que nunca se apaga)” de Morrissey. Me sentí inmaculado, una conversión, una metamorfosis se apoderó de mí y concluí: Sea lo que sea que tenga siempre habrá una luz en mi vida que nunca se apagará.
Llegué al centro médico. Sonreí a mi amiga enfermera y ella me sonrió
-Hola, no te preocupes.
-Ah jajaja, no estoy preocupado.
-Aquí esta tu resultado.
-Gracias.
Abrí el sobre, y me enfoqué en ver mi nombre, el tipo de examen, y el resultado. NO REACTIVO (NEGATIVO).
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Pdata: Para Elisa y todas las personas que pierden la fe.
Pdata: Para Elisa y todas las personas que pierden la fe.