BIZARRO
Alonso veía todo borroso y bizarro. Su departamento alfombrado y sus muebles de roble parecían montañas que tenía que brincarlas y treparlas. Estaba mareado. Las copas de whisky adormecieron sus sentidos. Se incorporó lo más que pudo y se fue al baño. Mientras se mojaba la cara, el teléfono sonó. No hizo caso al ruido palpitante del timbre. Se miró a la cara en el espejo y vio en el relejo a Valeria. Abrazándolo. En ese instante él se emocionó, veía aquellos ojos color miel y sus labios rosados. Disfrutaba de esa artimaña que su mente le jugaba en el espejo, como si fuese real. Hasta ahora, el chico no aceptaba la realidad. Aún seguía esperándola en la iglesia.
Era un viernes 13, cabalísticamente de mala suerte para muchos supersticiosos, pero de poca importancia para Alonso. Lo más crucial era el día de la boda. Valeria estaría llegando en media hora en una limosina blanca, acompañado de su padre; un empresario pesquero y candidato al congreso. Los amigos y familiares estaban esperándolos sentados. Estaban vestidos de distintos colores pasteles. Alonso tenía puesto un terno de color azul que lo hacía ver más fornido y colosal. Faltaba cinco minutos. El joven se encontraba ansioso y a la vez muy emocionado. Gratos recuerdos divagaban como rollos de película en su cabeza. En ese momento el teléfono sonó y contestó. Su sonrisa entonces se inmutó en una expresión desfigurada, un rostro quebrado y unos ojos que bullían de lágrimas.
Alonso se rompió en lagrimas y en un arranque de descontrol, golpeó el espejo del baño. Sus dedos sangraron, dejando el lavadero de mármol blanco teñido de un color rojo carmesí. Se fue a la sala y cogió la botella de whisky del mini bar. Bebió de ella como un hombre sediento y se quedó dormido.
Al amanecer, Alonso abrió los ojos y sintió ese dolor de cabeza producto del alcohol. Cogió del ropero unos jeans y una camisa celeste que el quedaba ajustado. Se miró las manos y los cortes en los dedos que se hizo con el espejo. El teléfono empezó a sonar nuevamente. Contestó con un gesto de dolor al cogerlo con la mano cortada.
_ ¿Aló?
_ ¿Señor Díaz? –era una vos femenina.
_ Sí. Con él habla.
_ Señor Díaz. Le llamo del consultorio de abogados de San Isidro y le indicamos que su deuda con el banco pasará a judicial de no acercarse a resolver el problema.
_ Gracias. Iré en estos días.
_ ¿Cuándo, señor Díaz?
_ ¿jueves?
_ Jueves. Le llamaremos el jueves entonces. Buenos días –colgó.
Dejó el teléfono a un lado y bajo al patio para revisar su buzón de cartas. Cartas tras cartas notariales y recibos vencidos del banco abundaban en grandes fajos. El teléfono volvió a sonar. Se había dado cuenta porque la ventana estaba abierta y se escuchaba levemente. Cerró el buzón llevando consigo las cartas. Volvió a timbrar el teléfono. Alonso subió la escalera lo más rápido que pudo. Estaba ya cerca a su puerta en el tercer piso, pero resbaló. Se golpeó la frente al caer. En el suelo tirado veía las cartas tiradas por toda la escalera, un halo intenso rodeaba su visión. Trató de reincorporarse lo más que pudo. Aunque deseaba por dentro quedar ahí tirado. Nuevamente timbró el teléfono. Se levantó e hizo lo mejor que pudo para recoger las cartas e ir a su departamento. En unos pocos segundos el teléfono iba a dejar de timbrar. Llegó a tiempo y contestó.
_ ¿Aló? –contestó.
_ Alonso. ¿Cómo estás? –era su amigo.
_… mmm Bien. Me duele un poco la cabeza, pero no es nada. –fingió una sonrisa.
_ ¡No me digas que has estado bebiendo! Bueno, hoy vamos a ir a una disco por La Marina con la gente del trabajo. ¿Te apuntas? –Le preguntó.
_ No lo sé. Déjame ver si puedo –Respondió.
_ No seas aguado. No te caerá mal salir un rato ¡Vamos! ¡Diviértete!
_ Te llamo si puedo –Colgó.
Atardecía, Alonso no sentía mucha hambre pero sabía que tenía que comer. Su estómago crujía como crujen las panteras. Cada vez que se miraba al espejo lucía más enclenque. Salió a dar un paseo por Miraflores. En el micro Alonso, sentado y con la cabeza jaleada a la ventana, musitaba unas canciones viejas que le traían pretéritos recuerdos. Al pasar por la iglesia miraflorina en Armendáriz, pensaba en Valeria y eso era estocadas en el pecho que lo hacían verse mustio. Su mente divagaba y se iba de la realidad. La contención de ese sufrimiento lo afrentaba. Por momentos deseaba borrar todo de su mente porque le resultaba un trauma, una pesadilla. Recuerdos gratos y horribles sintetizados en una desesperación. Él mismo escapaba de él, para hallar una paz efímera que desaparecía.
Bajó del micro en el Parque Kennedy, la gente transitaba la zona verdosa, y los vendedores celebraban su exitoso negocio. Escogió un lugar sencillo para comer. Un restaurante de comida rápida. Pidió una hamburguesa simple con un vaso medium de gaseosa. Anochecía.
Ya las luces de los faroles encendidos y las chicas en faldas andando por la calle Las Pizzas, Alonso caminó sin rumbo hasta llegar al Parque del Amor. Desde allí se veía el oscuro mar y una cruz blanca que iluminaba la costa de Chorrillos. Su celular timbró.
_ ¿Aló?
_Alonso, ¿Vas a ir a La Marina? Estamos en casa de Juan, en San Miguel.
_ ¿En qué disco están? –Quiso ir y distraerse para olvidar.
_ En el Tequila. Te esperamos –Colgó.
Entonces Alonso decidió ir con sus amigos. Quería borrar todo por un buen rato. Al llegar, se encontró con ellos. Bebió unos tragos y se puso a bailar. Parecía estar lleno de júbilo. Se sentía amado, querido. Las horas pasaron y el alcohol circulaba por sus venas cuando de repente el Dj puso un tema nostálgico.
“Cuanto siento defraudarte... y me puedes despreciar pues de pronto sé que debo dejarte no lo puedo remediar. Tú te quedas tan callada... no te explicas la razón y te sientes por mi culpa desgraciada sé que no tendré perdón...”
El joven no pudo más y rompió en llanto al entonar esa rememorada canción. En ese momento deseó nuevamente estar muerto e invocó a la muerte cual si fuese un ritual. Lo deseó desde adentro.
Al contestar el teléfono un vos de un hombre que decía ser un policía le confesó que Valeria y su padre habían sufrido un accidente y que tenía que ir inmediatamente al hospital Ricardo Palma. Se encontraba muy grave. Alonso salió de la iglesia a toda prisa y cogió el primer taxi que vio. En el hospital, un sexto sentido le guió al lugar donde se encontraba ella. Estaba postrada en la cama y unos médicos dándole unos toques con el desfibrilador hasta que el monitor vislumbró una línea recta que anunciaba su penosa muerte.
La desesperación ya no era nada controlable. Alonso convulsionaba por dentro. De repente quedo impactado. Era ella, Valeria, lo llamaba. Él la persiguió en medio de la pista de baile, sus amigos lo vieron salir y fueron tras de él. Fue todo rápido cuando Alonso cruzó la pista y se quedó con ella abrazándola, un destello de luz se acercó a él y lo embistió.
…
Abrió los ojos y no había nadie en casa. Su departamento estaba limpio. Alguien toco la puerta e inmediatamente se dirigió allí. Al abrirla, no había nadie. Bajo las escaleras y miró a la calle. Encontró un vestido de novia y una carta, lo abrió:
“Alonso, amor mío. Te espero, aún te estoy esperando… ven conmigo. Tu amor por siempre. Valeria.”
Alonso cerró el sobre y dejando la puerta abierta, se fue.
CONTINUARÁ…
JAVIER REZABAL
