ESTRAGOS
Es un domingo frío y oscuro para ser las dos de la tarde. Mi amorcito me llama por el celular diciéndome que la busque porque necesita verme urgentemente. Quedamos en encontrarnos en Barranco. Me cambio rápido sin bañarme, ni siquiera me presto unos minutos para cepillarme los dientes (me como un halls). Paso por la sala y veo a mi papá, mi hermana y mi sobrinita sentados a la mesa. En aquella mesa están los platos blancos esperando el suculento almuerzo de un domingo familiar. Mi mami sale de la cocina con una bandeja de ensalada rusa.
-¿A dónde vas? –Me pregunta mi mami.
-Vuelvo mami.
-¿No vas a almorzar con nosotros?
-Lo siento mami. Guárdame algo porfis. –Continúo caminando hacia la puerta despidiéndome de todos.
Inmediatamente llego a Barranco, cerca del canal cuatro. La veo venir desde la otra vereda, viste unos jeans azules que le ajustan perfectamente sus hermosas y grandes piernas, y un polo blanco de seda suave. Se acerca y me da un beso de amigos, lo recibo dulcemente y luego nos vamos caminando por la barranquilla cerca al mar. Ella está extraña, rara, más misteriosa e intrigante que antes, trato de mirar sus expresiones faciales y la siento preocupada. Entonces de tanto insistir que me explique qué le pasaba, ella me dice que tiene que contarme algo importante, que sólo la escuche. Yo prosigo y acepto su solicitud. Empieza con un preámbulo donde menciona aquellos recuerdos bellos que hemos vivido no más de uno o dos meses, y también me dice halagos acerca de mi persona y el por qué me quiere tanto. Yo sólo la miro. Miro sus bellos ojos almendrados con miel, sus cejas delgadas, bien marcadas y voluminosas. Su cabello negro rizado y bien definido como si fuesen resortes que le llegan hasta sus sumisos senos. Me pierdo por un momento viéndola e imagino que estamos volando entre los árboles y la playa barranquina. Regreso al mundo real porque finalmente me dice lo que tenía que decir. –Me iré de viaje, bueno me iré a vivir a Venezuela- Decreta su veredicto. Contengo entonces mis emociones para no demostrarle que su egoísta decisión me duele, me lastima. Doy un respiro por diez segundos y respondo.
-Si ésa es tu felicidad amorcito, te entiendo –el tono de mi vos le da un aire de hipocresía a mi respuesta.
-Yo te quiero pero es muy importante para mí. Quisiera decirte que me esperes, que me des un tiempo… -Corto su excusa.
-No amorcito, has tomado una buena decisión y la cortaremos de buena manera.
-Perdóname.
-Te perdono.
Luego de unos dilatados momentos de caricias que con tristeza nos dimos como un gesto de despedida, ella se va. La acompaño a la pista a tomar su micro. La miro a los ojos como si fuese la última vez, ella me mira con una tristeza que no puede ocultar, yo le sonrío para aliviarla y el carro con ella se alejan.
Ahora que estoy solo, suelto mis emociones, no me di cuenta pero cuando reí al despedirla mis ojos se empañaron de lagrimas que caían como si fuese una pileta del parque de la reserva. Quizás por eso se quedo viéndome triste en el carro. Continúo llorando y cuestionándome por dentro. Opto por seguir caminando por esas calles bohémicas de Barranco. Encuentro una bodega o cantina disfrazada de bodega. El lugar viejo pero acogedor tenía unas cuantas mesas. Me siento y pido una cerveza. Me sirvo un vaso y hago un estragado pero orgulloso salud por ella (aunque mal pague) y ahogo mis penas. Entonces veo en la otra mesa a un joven que a pesar de tener un cuerpo varonil, fornido y bien cuidado, llora y llora peor que una niña. El gentío sólo tina a mirarlo y seguir en sus asuntos. Me calmé, la pena se me dilapidó por un momento. Quise saber qué le pasaba al joven. Me acerqué a su mesa.
-Amigo, pensé que yo era el único que iba a ahogar las penas en este lugar –levanta su cabeza y me mira. Ha tomado más que yo.
-¿Por qué la mujer es tan cruel? –Me dice sollozando.
-Las mujeres son depredadoras muy voraces, hermano. Pero todo depredador es presa de otro depredador. –Eso le hace reír y sus ánimos se recuperan.
-¿Cómo te llamas amigo? –Me pregunta.
-Ja… Jaime. –Le miento, no le digo mi nombre por ser precavido.
-¿Y tu?
-Javier –eso me sorprende.
Javier agarra confianza conmigo. Pedimos una botella más de cerveza para que me cuente por qué razón ha venido aquí. Me dice que tiene veintisiete años, estuvo estudiando marketing y publicidad pero lo dejó porque su enamorada, en ese entonces quedó embarazada y tuvo que dedicarse a su nueva familia. Ahora tienen una niña de cinco años. Está casado, es un empresario salido de la nada, sólo del motor de su amor por su esposa y su hija. Empezó vendiendo hamburguesas en su casa y luego se prestó dinero para alquilar un local. Le fue muy bien y ahora tiene dos locales muy rentables en San Miguel y en Chorrillos. Eso es la parte bonita hasta que luego me dice que su vida cambió repentinamente después de un año de casados.
La actitud de su esposa se volvió muy misteriosa e indiferente. Su relación y sus momentos de intimidad con ella fueron muy pocos porque siempre ella se excusaba de que no se sentía bien o tenía que salir. Saliditas que empezaban en la tarde y culminaban en la noche casi todos los sábados. Se sintió más preocupado, celoso, desconfiado y trató de averiguar qué le pasaba a ella. Un día mientras su esposa se bañaba, él husmeó en su celular y al ver sus mensajes recibidos, un tal Beto le escribía palabritas cariñosas y picaras con un tono morboso que por lógica Javier quedo impactado. No le dijo nada, sino que prefirió averiguar más. Meses después sus amigos en una noche de fiestas patrias le dijeron que habían visto a su esposa en un taxi con un hombre, estaban por San Miguel, en ese momento Javier la llamó a su celular pero estaba apagado. Así fue su vida insegura y llena de celos hasta ayer.
Estaba en su local de San Miguel cuando usualmente nunca va un sábado, pero un amigo lo llamó y le dijo que su esposa estaba en un restaurante por el parque Elmer Faucett. En seguida subió a un taxi y se fue rumbo a esa dirección. Por suerte justo estaban saliendo del restaurante, los vio en la calle, estaban esperando un taxi, tomaron el primero que pasó y se fueron hacía La Perla. Javier ordenó al taxista que los siguiera, en diez minutos ellos bajan del taxi y entran a un hotel no muy lujoso pero grande. Queda nuevamente impactado y destrozado, ahora sí tenía las pruebas fehacientes, indiscutibles, fidedignas. No supo cómo reaccionar, le tomó unos minutos y decidió entrar, pagó al taxista, entró al hotel, habló con el recepcionista y le obligó a que le dijera en qué habitación la pareja había entrado, le dio doscientos soles para convencerlo –Habitación 16, por favor, no quiero escándalos, usted me ha prometido que no hará escándalos. –le dijo el estúpido e ingenuo recepcionista. Subió cuatro pisos y vio la habitación, sacó fuerzas cargadas de ira y odio para abrir la puerta en un sólo golpe. Los descubrió in fraganti. Ella echada y desnuda sobre el hombre quien no solamente era su amante sino también amigo desde la infancia y el padrino de bautizo de su hija. Javier empezó a llorar y cortó la historia.
-Vamos hermano, ya pasó, te entiendo. –Le dije y quise entenderlo más, porque su historia resultó ser más trágica que la mía y eso sinceramente me consoló. Le di unas palmaditas a la espalda. – ¿Qué hiciste en ese momento Javier? –le pregunto.
-Pensé en mi hija, quería matarme o matarlos pero pensé en mi hija y me largué.
-Eres muy inteligente, ¡caray Javier si hubiese sido tú, yo los mataba, pero tú fuiste muy inteligente y déjame felicitarte por eso!
Pensé que los había matado y que estaba tomando por última vez para luego ser encerrado en la cárcel por homicidio. Quizás pudo ser para Javier la mejor forma de hacer justicia en su vida, pero la justicia no le iba a perdonar eso y lastimosamente tendría que irse a prisión. Después de aquel testimonio vivido en carne propia de un hombre desdichado y traicionado, Javier me pregunta por qué yo estaba ahogando las penas también. Le expliqué lo que me había pasado en la tarde de hoy con mi amorcito, perdón, ex amorcito. Honestamente no lloré al contarle por aquella despedida, su historia me conmovió más que la mía.
Ya eran las diez de la noche. Javier se despide de mí porque tiene que ver a su hija que está en casa de su mamá. Quedamos en encontrarnos un día para seguir charlando. Nos dimos un fuerte abrazo afable de dos caballeros caídos en guerra. Dos solados derrotados pero orgullosamente fieles a sus convicciones. Me ofrece llevarme en su carro estacionado a la vuelta, no sabía que tenía uno, pero le digo que prefiero caminar. Nuevamente se despide, me dice gracias, y hasta luego.

Voy caminando hacia el ovalo Balta, los tragos me subieron a la cabeza, pero quiero caminar, quiero pensar y acordarme de mi ex amorcito, que tendré muy buenos recuerdos de ella, fue muy tierna conmigo, solía molestarse muchas veces pero recordaré lo más resaltante de ella, su sonrisa y su pícara forma de hablarme. De repente mi celular suena, -¿mi ex amorcito? –me digo a mí mismo. Me apresuro para contestar.
-¿Aló?
-…